Esa noche me di cuenta de lo mucho que lo extrañaba.
Intenté llorar como de costumbre pero no funcionó.
Se había ido y yo continuaba extrañándolo,
extrañando todas las cosas que pudimos hacer,
pero nunca hicimos.

Éramos nosotros, callados, riendo,
tomados de la mano y caminando de lejos.
Abrazados, tan fuerte que me sentía romper,
como cuando rozaba sus brazos, sus manos, sus labios.
Una foto que jamás existió.
Dos niños corriendo, persiguiéndose,
intentando volar sujetos a un juego.
Un raspado, dos boletos, una siesta,
su cabeza en mis piernas y nada más importaba.
Solo él y yo.

¿Que pasó después? Accidente.
¿De cuál accidente hablaba? Yo no podía entender.
Accidente era él, siempre accidente.
Accidente éramos nosotros.

Fotografía: Tomé Duarte