Esa mañana como de costumbre alistaba mi playlist de canciones para afrontar el largo camino de casa a la escuela y viceversa. Amanecí con la noticia sabiendo que Rage Against The Machine regresará para el 2020. Los escuchaba en la prepa gracias a mi amiga Zaira y mi amigo Diego que era muy fans de ellos y bueno, no era lo mio pero uno termina escuchando medianamente los gustos de su círculo en turno. Así que entré a mi aplicación de música e hice una lista de canciones de la época de la prepa para rememorar aquellos días. Puse varias cosas, en español e inglés, sin embargo, me di cuenta que mi suscripción había vencido, así que tendría que pagar el precio de escuchar canciones si poder cambiar de pista.
Terminé de ducharme y alistarme. Tomé la misma ruta hacia el camión, mientras camino, coloco mis audífonos y pongo doy play. Camino con cierto halo de nostalgia por escuchar estas canciones. Llego a la esquina y enseguida pasa mi autobús. Me subo pensando en que la gente no tiene ni idea de lo que vengo escuchando, me apena un poco que lo pudieran llegar a saber.
Hasta el fondo veo un asiento libre, así que me escabullo entre las dos filas de personas de pie y llegó a él sin problema. Tomo asiento, sacó mi celular por si debo silenciar la música o responder mensajes, subo el máximo del volumen y me dejo caer en las canciones de las banda elegidas. Red Hot Chilli Peppers, R.E.M, Limp Bizkit, entre otros. Miro por la ventana y todo me parece bien.
Al siguiente semáforo se sube una chica que de pagar su pasaje llega directo al asiento de a lado. Coloca la mochila en sus piernas, echa su cabello hacia atrás y lo atora en su oreja izquierda. Puedo ver sus pendientes y notar que no escucha nada. A veces me pregunto cómo la gente puede sobrevivir a esta ciudad sin música. Regreso a mirar por la ventana. Disfruto más las canciones con esa chica a mi lado. Así que cierro los ojos para que la música vaya más a fondo. Tal vez pasan dos o tres canciones así. Todo marcha bien, el ritmo del autobús es bueno, llegaré temprano, no hay nubes negras, no me mojaré como ayer. Hasta ahora el Playlist había jugado a mi favor. Una mezcla de canciones hechas según mis gustos y algoritmos me sorprendía entre canciones que yo había elegido y otras al azar por recomendación de la aplicación. De pronto de Pet Shop Boys pasó a una canción que desentonó completamente con lo que venía reproduciendo mi celular. Escuche algo como -Riiiiiiiiiiiico, suuuuuuuuuuuave- saqué mi celular de inmediato, me preocupaba que la chica de a lado escuchará esto. Vi al artista que se hacía llamar sólo “Gerardo”, así, a secas.
Cuando estoy apunto de quitarme los audífonos, siento un golpe en mi cabeza, algo metálico y frío. Lo primero que pensé es que algún despistado dejó caer sus llaves sobre mi cabeza, sin embargo, al subir la mirada me encuentro a un tipo de gorra, gordo, con una playera amarilla color huevo con unas letras enormes color azul de la marca Abercrombie, aunque estoy seguro que a su playera le faltaba una “r”.
Lo veo a los ojos y pone una pistola entre los míos, para esto, Rico suave aún suena en mis oídos. Tardo en reaccionar que me están asaltando. Puedo leer sus labio -el celular mijares o te plomeo- Logro quitarme un audífono y le digo que sin problema se lo puede llevar. Veo gente de re ojo llorando, un señor delante de mi, descalabrado, en un momento entiendo el contexto y el peligro en el que estoy, me siento afortunado de no tener una bala dentro o mínimo la nariz rota. Antes de entregarle mi celular, pretendo quitar mis audífonos, a lo que el sujeto no da chance y me arranca de las manos el celular, dejando colgando los cascos de los audífonos entre mis dedos, la gente mira hacia abajo, llora, reza y pide que se termine esto. En ese momento, por alguna extraña razón el celular no para su reproducción y la música de Gerardo inunda el camión con su voz. Me muero de la vergüenza, incluso el asalto pasa a segundo plano. El tipo gordo de playera amarilla se saca de cuadro, mira mi pantalla y me pide que lo apague. Me lo regresa y con mis nervios, mis manos se vuelven torpes, Gerardo canta Rico, suave a todo lo que da. Abro la app de música, esta se traba, la chica de a lado a quien le han robado su mochila y celular, con la cabeza hacia abajo, no puede evitar reírse. Poco a poco su risa aumenta, mis manos se vuelven más torpes y la canción sigue y sigue – mi apariencia es dura, vivo en la locura no me vean con ternura – ¡Mierda! seguro piensa que esa canción me gusta, y que me representa.
Pienso que lo mejor es apagarlo mejor,así que dejo oprimido el botón, pero para mi sorpresa la chica comienza a reír a carcajadas, la miro, no puedo creer que se pueda estar riendo en este momento. Gerardo ahora rima en inglés y para el aumento de mi sorpresa, otras dos personas se contagian de sus carcajadas, y ahora son cuatro personas riendo. Para esto hemos avanzado más de cien metros, el asaltante se desconcierta de las risas, y supongo que ante la situación de nervios, comienza a reír de igual forma. No hay modo en que silencie mi celular, -Rico, suave- suena como un mantra mientras más personas se suman a la risa o la sorpresa, yo estoy allí, como estúpido apenado de mi música, mientras los demás ríen, incluso el asaltante. Quiero que esto termine, sobre todo la canción.
Lo hago enojar – a ver presta chamaco pendejo, ¿cómo apago la música? –
-No sé, no sé-
– No mames ten tu chingadera, esta re culero tu celular como tu música-
El chofer se ríe, todo mundo se ríe ante el regaño sobre mis gustos musicales que yo no elegí. Llegamos al semáforo y el gordo de amarillo se da vuelta para bajar por la puerta de atrás. Para su sorpresa, una patrulla nos espera. Durante esos 100 metros alguien hizo señas a una patrulla que pasaba y que supongo entendió lo que sucedía, así que no hay salida para el pinche gordo que me puso en vergüenza.
Para ello ya hay dos patrullas más y una perrera y como quince polis. Desde abajo del bus lo apuntan con armas, así que no tiene otra opción más que rendirse y entregarse.
En ello sube un policía para bajarlo y mi celular sigue – qué se ha creído vieja chola- recita Gerardo por las bocinas de mi celular. El policía voltea hacia a mi y me hace una mueca de que guarde silencio. Enseguida tengo la mejor idea del universo, coloco los audífonos de nuevo y entonces todo vuelve a la normalidad.
Nos bajan del bus para regresarnos nuestras pertenencias y explicarnos si queremos levantar un acta lo que tendremos que hacer. Yo aprovecho el tumulto para acercarme a la chica de mi lado e intentar explicarle que esa no era mi música, pero un policía me intercepta y me pregunta sobre la canción de mi celular – oyes, tienes blutud, pasme tu rola no canijo, sí se puede por blutud ¿no? – Intento explicarle al policía que no era mi música en realidad, pero se aferra a que le pase el nombre, parece que estoy soñando.
Ella se sube a un taxi, justo antes de cerrar la puerta me mira y por última ves ríe.
Ya en casa por la noche, me pregunto si Gerardo fue mi Ángel, o simplemente debo de deja de pagar mi suscripción para siempre.
Fotografía por Pierre Wayser
Antes de ser enunciados que podamos comprender, las palabras son sonidos que podemos sentir.
– Greil Marcus