¿No te parece devastador que dos personas que en algún momento de sus vidas fueron como nosotros hayan cambiado tanto, al punto de sólo soportarse?
Piensa en ello, en que alguna vez fueron así, como nosotros, jóvenes, con esperanzas, con sueños, muriendo por que llegara el momento de verse, de platicar y de compartir risas y encantos y abrazos y besos y todo lo que tú y yo compartimos. Que alguna vez se miraban a los ojos y todo lo que salía de ellos eran destellos del amor que se tenían. La manera en la que las caricias eran tan vívidas y los besos robados abundaban en las pláticas, tal y como nosotros. Las sonrisas de oreja a oreja al final del día, después de decir un adiós momentáneo.
Y ahora míralos. Veintitantos años después, mirándose con cierta aberración, dejando de lado las sonrisas y el humor. Las ganas de transmitir los sentimientos se fueron para siempre, el herir al otro ya les es indiferente. Lágrimas y malos tratos, no hay sonrisa después de un beso robado, ya ni un beso robado existe en su vocabulario. Arrepentimientos y malas desiciones, choques de humor y gestos de negación. Los que se amaban con locura y pasión, los jóvenes que deseaban estar juntos una hora más, un minuto más aunque fuera, ya no están.
¿A dónde se va ese amor? Ese amor que sofoca pero que llena de emoción, ese amor que hace que nos duela la panza y sonriamos con ímpetu y devoción. Las dos personas que morían por tocar la mano del otro.
Así, tal y como nosotros.
Fotografía: Susana Villalpando
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