I

 

Cuando Fernando  Percino despertó, estaba hecho pedazos. Su verga flotaba sobre las aguas del río Atoyac, su pierna derecha andaba por San Francisco ( Totimehuacan), al menos sus dos brazos estaban juntos en el parque de Momoxpan. Su cabeza, bueno, su cabeza estaba en CU. Para ese momento él no tenía idea de si aún tenía corazón. Quiso que Isis volviera a juntar sus partes, como aquella vez que se despedazó en un accidente con la motocicleta, pero había gastado su única runa para invocar a Isis ya esa vez; pensó en el desperdicio. Generó en su mente un pensamiento alivianador, tan propio de los desesperados: que quizá el viento, el viento caprichoso, arrastrando y girando la tierra perpetuamente, en algún tiempo lejano, volvería a reunir a su cuerpo.

Fotografía: Sebastián Pérez Rivera