El maestro Persino salió de la cantina “La Opera” del centro de la ciudad de México y le inventaba un pasado enrarecido de su infancia a un licenciado oaxaqueño, decía que de morro lo hacían bajar de cerros de Tlaxcala con hartos bultos de flores y que su padre no le daba ni para huaraches; las historias se confunden, se transmutan, se metamorfosean cuando pasan de padres a hijos; quizá, si algún día tenga un vástago, le diría “tu abuelo me hacía bajar descalzo de un cerro de Tlaxcala cargando flores; cuando tenía sed, me daba pulque en vez de agua”. El maestro Persino, antes de contarle esa historia al abogado oaxaqueño, había cantado canciones judías con un grupo de empresarios barbones en los sillones de “La Ópera”, ellos miraron con desprecio su naturaleza mestiza; el licenciado oaxaqueño se mostraba preocupado por el estado de embriaguez de su interlocutor, quien alcanzo a decir “tengo ganas de miar, olvídalo, ya me oriné” el maestro Persino caminó con los pantalones orinados unas siete calles y estuvo así en el coche durante todo el camino de regreso a Puebla. Yo nunca volví a “La Òpera”, aunque me había gustado mucho ese lugar.

Fotografía: John Kilar | Instagram