II

 

Sonó el cañón de la pistola y entonces me di cuenta que antes había un silencio. El sapo quedó hecho caca; nunca me han gustado los sapos o las ranas; pero ver morir a aquel animal de esa manera me erizó la piel; estaba cabreado, inmóvil; ¿Esa era la caprichosa utilidad de las armas?, ¿matar con alevosía? Decían que los orines de los sapos pudrían la piel humana.
Aquella vez tuvimos un picnic familiar en el rancho de los Persino, bajamos a un río que corre a un costado de los cultivos; nadamos; alguien dijo “traigo la pistola”, me parece que fue Chucho Solís y a Chucho Persino le agradó la idea de practicar el tiro al blanco; antes hicieron disparos al aire; el rancho de los Persino es bello; los cultivos están en pendiente; su ubicación es muy lejos de cualquier ciudad y el paisaje, aunque magro, es relajante; los pocos árboles que lo rodean lo adornan con mesura y naturalidad. El sentimiento de culpa nace de un grito ” ¡ay, un sapo!”; la voz sonó con miedo, horror; Chucho Solís vio al animal al otro lado del río. Le disparó a sangre fría. Soy culpable de ser cobarde, de la indiferencia, de ser muerte; me lo dije constantemente al transcurrir de los años.

Fotografía: Tiago Almança