Voglio arrivare alla sala giochi di Bellaria

Quiero llegar y sentir ese aire que solo se respira cuando estás cerca del mar,
quiero reírme de los chistes malos de mi abuelo y observar el tic en la mano izquierda de mi abuela mientras camino detrás de ella.
Quiero ver las tiendas a lo largo de la calle, llenas de trajes de baño color neón y de estampados extravagantes, quiero tocar el plástico de esos juegos inflables que están a punto de reventar, colgados desde el techo. Sentir entre mis dedos el plástico que resbala cuando lo acaricias.
Quiero pararme frente al espejo y probarme treinta pares de lentes de sol, considerando cuál podría quedarle bien a la forma de mi cara.
Dualidad eterna, de las luces de cada lámpara alta, al final del cielo.
Ver a las familias, caóticas, playeras, felices y agotadas, bajando los escalones del Hotel ROMA.
Ver que en la cara del esposo, está pintado un aire de “viaje de reconciliación” porque la relación con su esposa, después de tener cuatro hijos, está deteriorada.
Cuando despiertas y te arreglas muy rápidamente para bajar por el ascensor o por las escaleras solo para entrar en el salón de desayunos, en silencio, te incorporas.
Aunque tomas un plato pequeño, para simular modestia, lo llenas con todo lo que pasa por tus ojos. Pan, prosciutto, salamino, queso de todo tipo, unos trocitos de frutita para equilibrarlo todo. Sandía, si hay.

Cocomero, cocomera.

Estoy feliz de haber venido, de niña me la pasaba todo el tiempo en una piscina en sombra, desde el momento que la abrían, hasta el último segundo del horario permitido.
De adolescente, me interesaban más los salvavidas y esas jóvenes adultas en trajes de baño diminutos y por siempre mojados. Pensaba en los amores de verano.
Teníamos reservados nuestros camastros, mis abuelos siempre los pagaban con anticipación.
En la arena se estaciona la misma fila de pedalós, puntuales, cada mañana.
Quiero caminar en los pasillos entre el mar y el pueblo y espiar entre las rejas de madera, la diversión que transcurre en piscinas ajenas.
Pisar la arena y pedir un helado, luego ir a pedalear a la bicicleta del gym. En el baño hay un hoyo en la arena cubierto por un extraño aparato plasticoso, en el que te paras para poder hacer pipí de pie.
Quiero entrar al hotel, detenerme en la sala que está justo antes de llegar al cuarto y asomarme rápido por el gran balcón.
Veo la palabra AMOR, en contraste con el mar, rasgando esa pantalla azul.
Pienso que es chistoso, que una palabra al revés, fuera –por equivocación– tan bella. AMOR.

Me río y me voy a abrir, saco la llave, gira y entro.

Fotografía por Ama Aura