Pensé que dolería, que sería como una explosión, un bombardeo emocional en el pecho, en la ciudad que es mi cuerpo.
Y no fue así. Se sintió como si la tranquilidad me abrazara con un millón de dardos disparando a diferentes puntos de mi ser en medio de la habitación fría, no hubo lágrimas, no pudieron salir como aquellas noches cuando lo hacía por algo que sentía por ti y que no entendía y que ahora, muy tarde comprendo.
Por una vez me sentí en calma, eso me diste, escuché el fin. Como quien levanta una bandera blanca proclamando paz.
Quisiera decir que con los días las cosas cambiaron y que olvidé tus palabras y nuestro trato, cual ciudad que se reconstruye después de la tragedia.
Pero no. No pasó.
Todo empezaba a retumbar, se movía a mí al rededor, viajaba por todo mi cuerpo. Retumbaba en cada pared que me rodeaba, en cualquier lugar al que iba, las canciones que sonaban, en cada persona que me encontraba, veía tú cara, escuchaba tú voz, tus chistes, tenían tú sonrisa y risa, camiban como tú pero no eran tú.
No eras tú. No vas a ser tú.
Desearía que lo que dijiste “que hasta que la vida nos diera” no fuera solo este tiempo que parece que conforme pasa me pesa más en la espalda, en el pecho; en la garganta se transforma en nudo y en los ojos, ni decirlo, podrías adivinar.
Fotografía por Martin Canova