Amaneces con una escopeta entre las manos. Tienes veintitantos y por la larga cabellera rubia te gotea un sudor frío. Tras de ti está la muerte, que susurra en tu oído: “Hueles a espíritu adolescente”. Cortas cartucho y acercas el arma a tu cara, y cuando llega el cañón a tus labios, lo insertas con velocidad en tu boca. No sabes si afuera es de noche o de día, y no te importa. Sabes que estás allí para cumplir una voluntad que, por momentos, se torna destino. Habrá tantos días no vividos después de ése pero, gracias a las drogas, aquello es lo de menos. La idea de dejarte ir y acariciar a tus mascotas muertas de infancia es mucho más poderosa que la de cualquier día venidero. Pones un dedo firme en el gatillo y, casi al instante, puedes sentir cómo te despides de la vida antes de dejarla. Habrá apenas unas milésimas de segundo de diferencia entre el instante en que el gatillo sea accionado y el cañón de la escopeta te escupa de lleno la bala, así que, rápidamente, tu mente recupera, inventa y maquilla imágenes de las giras y los conciertos. Piensas que, después de todo, tu vida no fue la mierda que creías haber vivido, pero ya no hay vuelta atrás. El destino te llama y la muerte respira en tu nuca, recordándote: “Hueles a espíritu adolescente”.
Fotografía: Delfina Vazquez
(1990- ¿?). Gestor cultural, bibliómano y colaborador constante de publicaciones digitales.