Jamás creí despertar en una isla desierta.
Era la temática común en los recreos de secundaria, la clásica escena del imaginario colectivo que sin querer atravesó las barreras del inconsciente.
¿Qué hago aquí?
Ojalá esa pregunta bastara para resolver mis inquietudes actuales.
Afortunadamente hay espacio de sobra para compartir cuestionamientos que nunca duermen.
La sensación de andar perdida se fusiona con una extraña certeza: todo esto es una mentira.
No hay forma de que la arena rocosa bajo mis pies sea la única tierra que piso. No hay forma de que todo mi alrededor sea la nada y que también yo me esté convirtiendo en esa nada que se desvanece bajo el rayo penetrante del sol.
¿A esto sabe la soledad?
Estoy flotando en una nube y poco a poco me cubro de agua salada. A lo lejos alcanzo a ver un punto en el tiempo-espacio donde no logra materializarse el supuesto límite entre el cielo y el mar.
Quizás siempre fueron la misma cosa y yo misma no exista.
Serendipia
