En mi creaste hábitos que aun no logro romper. Tu iracunda ausencia aun se asoma por entre las sabanas limpias de mi cama. Mi habitación te echa de menos. Aún perdura tu aroma, tu perfume se quedo impreso en las cartas que me enviabas y en la funda de la almohada, ahora cada vez que mi cabeza reposa sobre esta, te siento a mi lado, recostado junto a mí como solías hacerlo.
Maldito el hábito del café por las mañanas viendo caricaturas, del té de media tarde mientras escuchábamos a Bob Dylan y de la cerveza de los viernes por la noche en el bar de la esquina. Aun muero porque me beses mientras los dedos de tu mano se entrelazan con mi pelo, o rodean poco a poco mi cintura. La vieja lencería sigue ahí, hasta el fondo del gabinete por si decides volver algún día o alguna noche después de una borrachera, más sincero, más vulnerable.
Aún suenan por las tardes los discos que compramos juntos, joder porque teníamos que amar la misma música. Tu recuerdo es sin duda el peor de mis hábitos, mi más triste manía.
Condeno aquellos viejos hábitos que iniciamos juntos. Me es tan difícil romper con ellos. Aquellas viejas costumbres que de nosotros nacieron. Los viejos hábitos: el besar tu cuello y recorrer el camino desde tu espalda hasta tus caderas, lento y sin prisa, que me contaras sobre tus nuevos descubrimientos musicales, me mostraras las canciones que aprendiste en la guitarra, el practicar nuevas posiciones en la cama o arriba de la lavadora. Aún recuerdo que besaras mi frente y me dijeras “Te quiero” en un susurro.
Extraño las noches fumando cigarrillos en la azotea mientras criticábamos al capitalismo, las noches de insomnio platicando sobre lo que aun no entendemos de Nietzche. Extraño quedarme dormida entre tus brazos mientras me recitabas a Villoro, Baudelarie y Rimbaud. ¡Maldita sea! Echo de menos tu cuerpo latente sobre mí, el que la piel se me erizase de un beso en el cuello.
Malditos viejos hábitos los que nos hicieron y ahora nos destruyen. Aún existes, aún estas aquí, tu presencia no se ha ido por completo. Quisiera que el olvidar fuera fácil, que pudiera romper con estas costumbres cómo tú lo hiciste, dime cómo, cómo olvidas a lo que más has amado.
Maldito el hábito de quererte, de soñarte, de desearte, maldito tú que lo creaste. Solo me queda esperar que el tiempo pase, y crear nuevas costumbres que sustituyan las viejas.
Fotografía: Can Dagarslani
Amante del café y de las buenas historias, turista de museos y galerías de arte. Fotógrafa en proceso y escritora de vez en cuando entre inspiración y ocurrencias.