Reminiscencia

Ana era constantemente retada por sus amigos para tomar valor y acercarse a la chica que estaba recargada en la puerta de aquel bar. Sí, hace ya más de ocho años que Ana cedió a las provocaciones de sus amigos, y salió detrás de aquella mujer alta, delgada hasta los huesos, y blanca como la lana; le propuso que escaparan, e incluso insistió enérgicamente en el hecho. Por supuesto, fue rechazada.

… Y así se pasó los años, buscando a esa mujer hasta por debajo de las piedras; sus amigos le decían constantemente «Ten cuidado, el que busca encuentra» pero eso no hacía más que alimentar su voluntad de sucumbir ante tal encanto de mujer, ante tal idea de que ella fuera lo último que verían sus ojos. Tenía 17 años cuando fue seducida por primera vez, aún cuando no sabía ni comprendía el funcionamiento del mundo, ni mucho menos del amor.

A sus 25 años aún la recuerda, pero ha perdido en gran parte la esperanza de verla algún día de nuevo. Tocan la puerta de su habitación de hotel; las piernas difícilmente le responden, las drogas y el alcohol ya hicieron gran parte de su trabajo por hoy. Grita a la puerta: «¿¡QUÉ QUIEREN?!» y obtiene como respuesta un dulce «¿Te acuerdas de mí?» tan sólo aquel timbre de voz logró hacer que sus piernas se sintieran vivas una vez más, a pesar de que su nariz ya no era más que un conjunto de motores automatizados que ya han perdido toda sensibilidad. Se levanta, enciende un cigarrillo y se acomoda la ropa mientras se encamina hacia la puerta con las manos sudorosas:
— ¿No te alegras de verme?
— Me alegro más de lo que dice mi rostro, ¿Qué necesitas?
— Vine a verte, me dijeron que era tu turno. – Sonríe radiantemente hacia Ana, y espera respuesta alguna en su rostro.
— … ¿Te he llamado ya? Pensé que aún era muy temprano. Pasa.
Ana comienza a llorar silenciosamente, se vira hacia ella y le pide entre susurros un abrazo.
–¿Era necesario que te llevaras a mi madre de esa manera? ¡Ella ni siquiera tenía intenciones de conocerte! Te odiaba. ¿Fue acaso una especie de venganza hacia mí por buscarte durante tantos años? ¡Ni ella, ni mis hermanos tenían la culpa! Espero que estés aquí para pedirme una disculpa, ¡Sabes bien que no fue culpa mía idealizarte de esta forma!
— No, no es ninguna clase de venganza. Sabes que yo sólo obedezco.
— Haz lo que tengas que hacer, pero aún tengo dos cigarros – Hace una pausa y enciende uno—No voy a mover un solo dedo fuera de esta habitación hasta que los termine.
— Está bien. No me molesta pasar tiempo contigo después de todo, pero tengo medido mi tiempo. ¿De qué me quieres hablar?
–¿Recuerdas cuándo te conocí? Era muy joven. Fue fácil encantarme contigo. Además era constantemente orillada a suplicarte misericordia para mi alma que nunca logró dormir.
–Lo sé. Fue fácil para mi encariñarme contigo, tus ojos solían ser lo más sinceros que yo había visto jamás, y admito que me tenté a llevarte conmigo desde el primer momento. De verdad es una lástima disfrutar de tu compañía sólo por motivos laborales.– cruzó sus largas y pálidas piernas, se acomodó en su asiento y dijo a Ana: — Odio tener que decírtelo, pero debo irme. ¿Será mucho problema para ti si dejas el último cigarro para otro momento?
–No… Lo entiendo. Hagamos esto rápido, a pesar de todos nuestros encuentros, todavía me da miedo; no creo aún que esto esté pas… — fue interrumpida por su delicada mano.

Se acercó a Ana cuidadosa y delicadamente, puso una mano sobre su mejilla y acercó su rostro. En el momento en que sus labios se rozaron, Ana sintió un escalofrío que recorría todo su sistema, y todo empezó una vez más desde el inicio… «Sus padres llamándola por su nombre, innumerables discusiones con su hermana, las pruebas de su primer equipo de fútbol, los malos hábitos alimenticios y su pérdida de peso, su mirada en el espejo siempre desaprobatoria, el día en que su padre se fue de casa sin despedir… La risa de todos los bebés que algún día conoció, el amor de las mascotas que tuvo, el primer cruce de palabras entre hermanos, el primer abrazo que recibió de su madre, el terror y la incertidumbre del 19 de septiembre, su primer cuento, su primera sonrisa sincera» una cálida lágrima recorre su mejilla y en su rostro se dibuja una sonrisa, mientras que su temperatura va descendiendo a los 16º. “Gracias” le dice Ana, y cómplice suya, se deja arrastrar por ella.

Hoy me llamaron por teléfono, me dijeron: «Ana ha muerto. Parece que al fin se encontraron, después de haberla buscado tantas veces.»

Fotografía: PJ Wang