El espejo de mi cuarto se rompió,
lo lamenté muchísimo,
era mi espejo especial.

Ese reflejo me había acompañado
desde que volví a la Ciudad. Cada que
me miraba en él me sentía segura, bonita. Reafirmaba mi afición por las pecas. Esas pecas que le encantaban.

A mi espejo le gustaba verse reflejado en mí. Después llegaron las mudanzas y tuve que cambiarlo, moverlo y afianzarlo de nuevo.

Un buen día, por más que traté de ser cauta, moví algo y sorpresivamente se cayó, rompiéndose en mil pedazos.

Yo, todos los días, por la costumbre, volteo a ver el espacio donde solía estar colgado, esperando ver mi reflejo, mis pecas o mi sonrisa, a diario. Hoy no está, y no lo he tirado. Guardé todos los añicos en una bolsa, y me da miedo tirarla. Me aterra pensar que esos pedacitos no pueden ser reconstruidos y que ese espejo jamás volverá a ser igual.

Adiós espejo, te quiero y te guardaré siempre de manera muy especial, pero es tiempo de verme en otro, tal vez de cuerpo completo, con un marco de roble, algo que aguante las mudanzas, los cambios, los golpes, las distracciones y hasta las caídas.

Gracias por todo.