Qué vaina

Nos conocimos en Génova, Quindío, aquel pueblito viejo con rostros amables a pesar de las adversidades y del olvido.  Era amigo de mi hermano y un día vino a casa de la abuela para que él le mostrara su guitarra eléctrica que ni sabía tocar.  Me sonrió y quedé tan anonada, que no recuerdo cómo le respondí ni qué pasó después, sólo sé que se fue con mi hermano hacia no sé dónde y sentía ganas de volver a verle.

Con el tiempo, nos fuimos involucrando y hasta el día de hoy, no sé cómo empezar a explicar cómo nos unimos; todo pasó tan rápido que aún no puedo decernir todo ese rollo de niños, pues yo sólo tenía dos años y el catorce.

La vaina es que fue mi primer amor: me emborrachó con Vodka y Halls y hablamos toda la noche, mientras mi abuela estaba preocupada porque no llegaba a casa. Me vio reír de la libertad y fue la primera persona que besó mis labios rojos, andamos el pueblito con nuestros pies de soñadores, amé la manera en la que movía sus manos cuando estaba diciendo algo, en cómo me miraba al notar que no sabía qué hacer cuando me besaba, porque no era la más versada en eso de parcharse, es más, me asustó su lengua en mi boca. La vaina es que aún le espero, la vaina es que no olvido… La vaina es que siento que quedaron tantas cosas por hacer. La vaina es que siempre volvemos al mismo sitio, la vaina es que tengo miedo de volver a verle.

Fotografía por Benedetta Falugi