Aquella tarde bebimos durante horas. Volvimos al piso que rentábamos en el centro de la ciudad y yo estaba ansioso por mostrarle el último vinilo que había comprado de los Tindersticks.
Entramos a la sala, ella se quitó el abrigo y se quedó en vestido, abrimos un par de botellas más. Yo me levanté y puse la aguja en el disco, mientras de las bocinas salía Show Me Everything, ella se levantó, fue al baño y orinó. Por alguna razón la música dejó de sonar en ese momento, quedando el silencio, segundos más tarde, el sonido de su orina al caer en el agua del retrete inundo la habitación.
No volví a poner el disco durante la noche. De hecho, llevo días sin poner música, prefiero las postales de la gotera del lavabo sobre los vasos con agua, de las plantas de la vecina que chorrear el exceso de riego. Los desagües de lluvia de las azoteas. No necesito más.
Fotografía por: Vitalik Sheptuhin
Antes de ser enunciados que podamos comprender, las palabras son sonidos que podemos sentir.
– Greil Marcus