Para mi bendita mala suerte, esos corazones fueron cuadros de los cuales sólo quedaron las marcas oxidadas en mi pared, llamada corazón.
Sí! Para mi maldita mala suerte, fueron corazones apasionados y sentimentales; pero no de esos con los que se sueña despierta, sino como aquellos que se enamoran de una figura abstracta de ti, de una ilusión creada en su volátil cabeza; de esos que logran bajar cielo y estrellas con miradas intensas, caricias penetrantes, besos afilados… y al mismo tiempo destruir el momento con sólo una bendita palabra.
Para mi buena suerte fueron perfectos creando momentos inexplicablemente diferentes y totalmente inolvidables. Para mi mala suerte fueron cuadros raramente irrepetibles, sencillamente encantadores e increíblemente despreciables. TODO AL MISMO TIEMPO.
Por suerte, esos cuadros cuentan historias que valen la pena y la alegría recordar, debido a la cantidad de emociones inexplicables que me hicieron descubrir y desear. Aunque no todas son buenas, de cada una aprendí más de lo que llegué a creer y espero no volver a vivir.
Para mi mala suerte guardo sentimientos hacia cada uno de esos corazones pasajeros, porque gracias a ellos sé cómo no quiero sentirme y sé con quién no quiero estar. Guardo hacia ellos una profunda admiración y un agradecimiento puro, por permitirme conocerlos y reconocerme en mis diferentes facetas.
Para mi mala suerte, a todos los llegué a querer con un cariño extraño, efímero, a destiempo e imperdurable a su vez; con un cariño inocente y de esos que no se sienten siempre.
Para mi mala suerte, los quiero tener presentes en mi vida, porque la confianza y la amistad lograda, se volvió mayor a todos esos días de desvelos y de revoluciones sentimentales; se volvió mayor a esas relaciones apresuradas y fallidas; se volvió mayor a las marcas imborrables que dejaron en mi cabeza o corazón.
Para mi mala o buena suerte, el destino los puso justo en el lugar y momento preciso para abrirme los ojos hacia mundos compuestos de miles de tonalidades diferentes; tan diferentes que en algún punto, lo que los distinguía era lo que tenían en común, lo que me iba matando de a poco y despacio.
Para mi maldita buena suerte, fueron fáciles de admirar, difíciles de entender y simples de “amar”; así como todas esas piezas de arte que terminan vendiéndose al mejor postor, que en este caso, no fui yo.
Para mi bendita mala suerte, sólo eso fueron, ARTE.
Fotografía: Guillaume Abgrall
De personalidad múltiple pero controlada. Publicista y fotógrafa; amante del arte, las letras y la cultura visual. Creyente del talento nacional y polea de aquellos que buscan sobresalir a partir de sus pasiones. Con “corazón roto” de nacimiento e inspirada en las nostalgias de la vida en general.