Paroxismo del absurdo

Tanta distracción me ha navegado a redescubrir las maravillas inexistentes. Y, como ya se ha dicho, el arte ha muerto. La poesía nunca estuvo tan muerta, tan fría, tan inútil. Ah, la época. No hay espacio para el silencio. No hay espacio para el tiempo. Así que hoy lo he de crear: ¡Hágase el tiempo! ¡Hágase el silencio! -Y no pasa absolutamente nada-. Dolores, enfermedades, esperanzas rotas, alientos asquerosos, sexos mutilados, masturbaciones excesivas, ya el amor, amor, que ya ni sé lo que eres, y las voces cada vez más caóticas, la madrugada ya pasada y el negro abismo y la infatuada divinidad, ¿para qué preguntar algo, entonces? Es lo mismo que leo. Lo mismo que hablo. Mi mente difumina los caminos cotidianos y la locura olvidada. ¿Jugar con qué lenguaje? Hice dos promesas y rompí cinco. Que el vacío, que la nada… ya se agotó esta fuente. Alguna vez cuestioné el mañana; hoy lo incinero. Alguna vez soñé; hoy alucino.

Ah, ¡el trabajo! Te declaro esclavitud aunque mis semejantes me tachen de perezoso, bufón, drogadicto. Yo los tacho a ellos de conformistas, mediocres, totalitaristas. Aunque nada de esto se verdad, tampoco estoy del lado de los soñadores, de los románticos. Yo me creo un yo en las ruinas desde donde la danza sagrada es sagrada, pues. Aquí en el extravío los demonios de Goethe han venido a embrigarse con las lenguas perdidas, lenguas de erotismo maldito, y de todas las fiestas, la de los muertos es la favorita. Nuevos géneros de poesía necromancia, ya lo había visto el alemán. Yo digo que la muerte de la poesía, ningún movimiento, el hedor a tinta en la visión, la era de la post-poesía post-humanismo post-mente post-espíritu post-sangre. Después del después que no haya nada más que un grito ahogado. Los daños son más que evidentes. La ceguera más severa que nunca jamás en la historia. Pero quién soy yo para decir estas cosas.

¿Y este lenguaje de donde lo saqué, esta voz? He matado el mañana pero lo revivo aquí oh necromancia, para traer desde la tumba la esperanza y la belleza. Será simplemente el influjo de la música en mi ser pero el caso es que su encanto, su fuerza, su majestuosidad, a la vez tan terrenal e infernal… como levantando un cerillo hacia el sol me dejo consumir por mis muertes mientras contemplo la luz. Y al ser consumido vuelvo necromancia y mi carcajada es demoniaca. ¡Qué banal la eternidad! Las palabras que no son más que eso y, ¿que son? ¿Tú, yo, ellos, fuerzas invisibles, las melodías escabrosas?

Y de pronto llueve y me regocijo como un niño otra vez. Oh hermosa lluvia, ya me había olvidado de ti. -Levanto mis brazos al cielo y bramo-. Advierto un poderosísimo influjo sobre mi espíritu, tanto así que me he sentido vivo. Aunque sé muy bien que ya no hay lugar. De pronto soy todas las gotas que caen, de pronto soy todas los ruídos en la distancia. El silencio que solo hay uno, aunque esto importara, es ya bastante tarde.
Las gotas cayendo y el segundero del reloj al unísono.
Mi ganancia es la disolución absoluta.

¿Qué es lector, qué es?

Fotografía por Martin Canova