He pensado que quizá sólo quizá las historias siempre empiezan por el final, inician como terminaron ¿Por qué lo digo?
El año no importa, lo relevante era recordar el día, la hora y el sitio. “Lunes siete de enero, cinco de la tarde. Mismo lugar en que solíamos citarnos”, indicaba el mensaje.
Le tomó un cuarto de hora seleccionar la camisa con el color favorito de ella. Se probó una docena antes de seleccionar aquella con la que la conoció y que no memorizó. Tampoco recordó cuándo fue la última vez que un cepillo rozó su cabello. Odiaba tocarlo y mucho más peinarlo. Ese día era la excepción a la regla.
Bebió su séptima taza de café. Lo único que su estómago recibió. Estaba feliz por volver a verla. No lo reflejaba. Nunca fue alguien que manifestara sus emociones. TE AMO fue una palabra que sus labios jamás pronunciaron. Esa tarde estaba dispuesto a demostrárselo.
Tomó de la cama el abrigo en que impregnaría su aroma: lavanda, olor que le hacía recordarla. Bajó las escalares y se dirigió al lugar pactado. Sitio que los vio pasar momentos inolvidables y el mismo que los vio partir. Caminó algunas calles, su respiración se aceleraba conforme se acerba al reloj de la cuidad.
Llegó unos minutos antes. El movimiento constante de sus pies reflejaban su nerviosismo. Esperaba ver la silueta de Margotte caminar hacia él. Una sonrisa la recibió. Sacó de su bolsa una semilla, la cual habían prometido regar para que floreciera. Nunca sucedió. Tomó su mano y la colocó. Giró y caminó bajo el intenso frío ¿Él? Él sólo contempló su partida.
Fotografía: John Kilar | Instagram
Viajar. Comer. Fotografía. Escribir. Amar.