En el fondo siempre lo sabes, que estás solo.
Lol y yo vivíamos en los viejos departamentos de la calle Ar-dunk.
Ella se despertó una mañana muy irritada. Me gritó en la cama, exigiéndome que sentara cabeza: «Michael Conroy». Casi nunca me llamaba así, a menos que en verdad estuviera furiosa, siempre me llamaba «Michi». Como si fuera un estúpido gato de casa. «Ya nos cortaron la luz. ¿Cuándo me vas a dar un lugar donde pueda vivir bien?».
La ignoré y salí de la cama. No estaba de humor para discutir con ella. Salí de la habitación y la dejé hablando sola.
Me hubiera gustado haber sentado cabeza esa mañana. Siempre que me preguntan por Lol, yo les digo: «Sigue en casa. Se despertó de mal humor y mejor me salí a beber». Ellos no saben que estoy solo, nadie debe saberlo. Cuando uno lo está, es más vulnerable y lo tratan de idiota.
No sólo habían cortado la luz, también dejó de salir agua del retrete y la regadera. El baño era un asco. Lo único que podía hacer era ir a la cocina por una cerveza.
Abrí el refrigerador, metí la cabeza y la busqué. Lol se paró detrás de mí. Comenzó a advertirme que se iba con su madre. No le hice caso.
—Voy enserio, Michi.
—Ah —dije, buscando las cervezas—, ya se te pasó el coraje.
Ella tomó el envase de mermelada que dejé sobre la mesa para hacerme un emparedado, me gritó y me lo arrojó en la espalda.
—¿Qué sucede contigo, Michael? —me reclamó—. ¿Hasta cuándo piensas vivir así?
Hablaba enserio. Cuando giré para intentar reprenderla por lo que había hecho, me detuve al verla con una maleta en el suelo.
—Ya no puedo, Michael, ya no puedo. Esto es demasiado para mí —hizo una pausa y lloró—: ¡Yo te apoyé, pero ya no puedo seguir así!
—¿Qué tiene de malo esto? —di una risotada, extendiendo los brazos.
Ella no quiso discutir, me dijo: «no me toque, viejo idiota», cuando intenté acercarme a ella para consolarla y pedirle que me perdonara, que asentaría cabeza.
Ella corrió hacia la puerta y fui tras ella.
Lol tenía todo el derecho de marcharse. Llevábamos treinta años siendo novios. Ella podía irse cuando quisiera, pero yo no quise. No quería quedarme solo.
Atranqué la puerta con mi mano y no la dejé salir.
Me miró furiosa y me dio un par de patadas en los testículos. Lo último que recuerdo, antes de desmayarme del dolor, fue ver a Lol escaparse por la ventana.
¡Maldita sea!, ¿por qué te fuiste Lol?
Cuando recobré el conocimiento, el sol comenzó a dejar de brillar y la casa se tornó oscura. Creo que en ese momento senté cabeza.
A veces salgo a buscar trabajo y dejo la puerta sin seguro por si Lol decide volver. Cuando regreso, en el fondo sé que me he quedado solo.
Escritor y redactor mexicano (1997). Dictaminador de Revista Tlacuache.