Mi jirafa en llamas

Consumiendo nicotina a media noche pensando en tu surrealista entidad decido a escribir sobre ti. Me recuerdas a la jirafa en llamas, esa pintura al óleo que cada vez que veo me causa una intriga infinita. Si te comparo con esa obra de arte surrealista pienso que en cada uno de los cajones que se observan en el ente femenino sobre el lienzo guardan un pedazo de tu dolor, un dolor que llega a ser incomprensible por aquellos sujetos que han llegado a acercarse a ti con hambre de poseer tus entrañas. La gaveta que se encuentra en el pecho de la fémina guarda tus más preciados recuerdos, esos que solo salen a relucir en tu soledad, que solo los muestras contigo misma, es tu esencia y maldición la que custodias ahí. Las manos tojas y extendidas me hablan de todas esas criaturas que has devorado con el paso de los años, esa que han llegado a alimentar tu ego, tu tristeza, tu coraje, tu pasión, tu ira y tu felicidad; el rostro color rosa me enseña que a pesar de tus fracasos amorosos, aun llevas vehemencia para ese amor que buscas encaje contigo.

La segunda figura femenina del óleo me muestra otro lado propio de ti. La mujer de la pintura se encuentra con un brazo al aire, mostrando en ella la sangre derramada por cada una de esas víctimas que sacrificaste para poder cerrar tus cicatrices; muestras ramas en tu cabeza, las cuales se encentran vacías, listas para florecer en la circunstancia correcta.
Por último se encuentra la jirafa en llamas, hablándome de tu lado salvaje, tu lado erótico, ese lado que muchas veces logra controlarte como marioneta, ese salvajismo efímero digno del mismísimo Marques de Sade, ese salvajismo que me ha dado indicios de querer salir solo con aquellos humanos capas de querer manchar su cuerpo con tu óleo…

Por un momento salgo de mis pensamientos, es un mensaje tuyo diciéndome que estabas leyendo algo que te recordó a mí, yo te pregunte acerca de tu lectura y me contestaste con un poco de picardía “a ti siempre te comparo con un cuento de Borges”. Dentro de mí solo sonrió apago el cigarro y me interno a mis obscuros aposentos.

Fotografía: Laurencja Zurek