Nunca he sido bueno para las despedidas.
Por las noches siempre pienso que prefiero que me gane el sueño antes que decir adiós. No es una mala cortesía, solo un disparate que yo mismo me cree, por que los seres humanos nos creamos pensamientos por si solos. En fin, tú has sido mi más larga despedida, aunque siempre le he temido a eso.
Como esa vez que te fuiste y me dijiste que no ibas a volver, yo te creí. Te llevaste un pedacito de mi, y muchas hojas de mi libreta con tantas cartas que te escribí.
Después pasó el segundo adiós, donde te llevaste muchas lagrimas mías y varias canciones que te dediqué.
La tercera vez ya no te fuiste, yo te dejé y esta vez tú olvidaste un cachito de tú corazón, el que decías tan frío y tan vació.
Después de esa ocasión yo perdí la cuenta de las despedidas y empecé a contar nuestros encuentros.
Para saludar yo soy muy bueno, siempre sé romper el hielo y contigo siempre era muy fácil.
Tú para buscarme eras muy buena también, siempre parecía que elegías el momento más preciso para saludarme y de ahí ya no paramos. Si hay dos personas en el mundo que jamás se aburrirían hablando éramos tú y yo. Me contabas como ibas vestida y yo te platicaba si de este lado iba a salir el sol, tu tan obstinada y yo tan enojón.
Un día decidiste tomar tus cosas y decir adiós, esta vez no olvidaste nada, te llevaste todo y solo me olvidaste a mi. Como si tomaras una cubeta de agua con hielos para aventármela en la cara y salir corriendo.
Nunca he sido bueno para las despedidas y esta no fue la excepción.
Fotografía: mosthvost