Tenía veintidós años, la mejor manera de pasar sus noches era comiendo hot-cakes bañados en miel de maple, mientras veía caricaturas en la cuenta de Netflix, que había robado al novio de su hermana.
Esa noche, como todas las anteriores y probablemente las futuras, se sentó en el sillón maloliente, manchado de la miel que escurría de sus panecillos. El clima era perfecto, la trama de su caricatura favorita “Clarence” se desarrollaba audazmente, había un silencio azulado en el exterior y dentro de ella.
No había más idea en su cabeza que la del futuro inmediato: Mordida. Mordida. Masticar. Delicioso. Mas esponjoso que el de ayer, sin duda. Trago de malteada. Bolo alimenticio. Bolo alimenticio saturado. Risa. RISA. CARCAJADA. Escupitajo gigantesco. Suciedad. Limpiar. Bueno, lo dejaré para más tarde.
Hacía mucho tiempo que su yo visionario había desaparecido, quizá el último día en que se dispuso a hacer premoniciones sobre si misma fue a los quince, mientras hacía fono-mímica de Fergalicious y se imaginaba cantando frente cientos de personas. Pero los días se habían venido como carambola en tobogán, y aunque ella se frenara le pasaban por encima, la pateaban, le apachurraban la espalda y la cabeza. No le había quedado más que, a madrazos, dejarse llevar, de espaldas hacia la nada.
Se tapó la nariz y se sumergió, en eso que algunos llaman presente. Así suspendida, flotando, había llegado hasta este momento; el monitor le preguntaba “¿Sigues ahí?” volteo alrededor y en efecto, ella seguía ahí. No recordaba haber antes sentido clima más perfecto, en realidad, no había hecho el esfuerzo por recordarlo. También era imposible que mañana fuera más perfecto que hoy, incluso, ni siquiera lo estaba pensando.
¿Había alguien en la tierra más feliz que esta mujer? Esta idea no interrumpía la parsimonia con que ella miraba a su alrededor con su mueca de bienestar, repasando una y otra vez la beatitud en la que se encontraba. No había más que cada segundo.
Risa. Risa. Mordida. Carcajada. Demonios, se terminó la malteada. Espera un poco, Netflix.
Bajó a la cocina, era tan terriblemente afortunada que pensaba “Podría morir justo ahora”
Antes de la cocina su cuerpo le hizo girar a la derecha una puerta antes, entró al cuarto de sus padres. En la dimensión de quienes protegen, la inseguridad, se respiraba y todos tenían en la cómoda un arma que les reafirmaba su poder de defensa en caso de un ataque. Pero esta pequeña mujer no atravesaba esta dimensión, no había amenaza perceptible.
Encontró el arma. Cargada.
Trago. Sorbo. Sorbo gigantesco. ¿Cómo mierda se quita el seguro? ¡Ah! Si, ya. Último pedazo de Hot-cake. Apunto. Jalar gatillo. Disparo.
Sangre, sangre inmensamente feliz regada.
Fotografía por Denis Ryabov
Muchacha de colores y zapatos cómodos para bailar. De boca impertinente, temerosa y tartamuda. Cabellos necios y chamuscados. Nunca musa.