Ahora no lo sabe pero, dentro de poco, Camilo está por volver a ser soltero. Es irónico, tomando en cuenta que, justo ahora, sostiene un ramo de hortensias, la flor favorita de su amada, de nombre Margarita.
Camilo toca la puerta. No hay respuesta. Lo hace por segunda vez. Nada. En vez de volver a tocar se las arregla para extraer las llaves de su pantalón. Confía en que Margarita esté ocupada con la cena o algo por el estilo. Después de todo y pese a ya llevar una veintena de años en matrimonio, sabe que la mujer se toma su tiempo y odia tener que enfrentarla enojada, sobretodo por algo tan nimio como no poder abrir una puerta.
Esta vez, sin embargo, el que estará furioso va a ser él.
Ni siquiera ha cerrado la puerta tras de sí cuando deduce que algo no está bien. Ha dejado caer las hortensias instintivamente al suelo, sin darse cuenta. El oído le advierte que no debe seguir avanzando, que lo que verá le cambiará para siempre, pero no hace caso; al contrario, avanza como impulsado por una ceguera que le incita a encontrarse de cara con la mujer a la que le juró amor eterno y cuya ropa yace desperdigada por el suelo que conduce a la cocina.
Con determinación y la tez roja de coraje, Camilo se dirige hacia la cocina, donde algo o alguien parece haber huido por la ventana tan pronto se percató de su presencia. Ya está preparado las palabras que lanzará como maleficio a su esposa cuando, apenas llega al comedor, ve que todo está tal cual lo ha dejado en la mañana; todo, a excepción de una flor que yace sobre la barra que divide el comedor de la cocina. Una flor solitaria en una maceta de plástico de la que Camilo no sabe nada y que viene acompañada con una nota prendida al tallo con dos palabras: te amo.
Ahora que sus peores miedos han cogido forma y que Camilo intuye que la flor es un presente del amante de su esposa, el hombre estalla de furia. Coge la maceta y la lanza contra la pared, liberando a la flor maltratada en el suelo del comedor. De repente se siente liberado de la carga del tiempo, repitiendo para sus adentros que había permanecido veinte años de su vida en una relación que le hacía infeliz pero de la que no podía escapar. Se miente a fin de mitigar su dolor y, como para rematar, antes de salir de casa transformado de nuevo en un hombre soltero, pisotea las hortensias que le iba a regalar a su mujer.
Me gustaría ser benévolo al relatar lo que sucedió con Margarita, pero hay cosas que sólo pueden ser contadas de una forma. Contrario a lo que Camilo había pensado, la mujer ni siquiera había salido de casa. Si Camilo hubiese leído el diario o visto la televisión local aquél día o el anterior, se habría percatado de la presencia del hechicero recién fugado del manicomio que estaba haciendo de las suyas en el barrio. Margarita era, en realidad, la octava víctima de sus maleficios de transformación detonados, en apariencia, como reacción a un cuadro severo de corazón roto. De haberlo sabido, tal vez Camilo se lo habría pensado dos veces antes de asesinar, sin saberlo, a aquella pobre margarita que solía ser su esposa.
Fotografía: Delfina Vazquez
(1990- ¿?). Gestor cultural, bibliómano y colaborador constante de publicaciones digitales.