Mañana es el día siguiente

TRES

 

En febrero yo ya le tenía cogido el sitio al campo. Es una parcela rectangular pero con más anchura por abajo. La casa también es rectangular, con techo a cuatro aguas, de una sola planta y con doblado. Ahí fue donde pasó todo. Todo además con el ahogo y la apretura de un metro ochenta por su parte más alta, donde la traviesa del caballete. Después tiene cuatro habitaciones y un salón con una chimenea de losetas rojas refractarias. Todo tiene un punto de formica y en color vainilla vieja. Los muebles han aguantado bien y apenas crujen cuando te sientas o abres un armario. Hay mucha decoración de cachivaches. Mi madre dice que cuando uno tiene otra vivienda en la playa o donde sea, con el tiempo termina siendo un trastero, y toda la morralla que va sobrándote del piso, sirve para cualquier rincón o pared de la segunda.

La cocina también es espaciosa y aparente. Con una mesa desplegable y dos sillas nada más entrar. Imitan en verde a una madera con la veta muy larga y apretada. Pedro me la dejó muy limpia; sin platos ni vasos en el fregadero. Y todo con orden, colgado o guardado. Es una L de azulejos ocres y sienas combinados, con dos ventanas, una mayor que da a la zona del huerto y otra más chica por detrás. Las dos con cortinas de tul rosa, recogidas con abrazaderas de cordón. Y por arriba los bandós, también rosas, tapando la cajonera de las persianas. La madre de Pedro tiene junto al platero dos láminas enmarcadas; una es de Juan Pablo II con una mitra de trevira blanca y las dos ínfulas en dorado viejo, y la otra, un cartel de Felipe González de las elecciones del ochenta y dos, con una mirada en diagonal hasta el cielo.

Pedro me presentó a varios vecinos el mismo día que vinimos. Lindero con lo suyo no hay ningún campo habitado. Ni siquiera de fines de semana, ni por nietos ni por sobrinos para cumpleaños ni para Nochebuenas. Tampoco los de enfrente ni los de al lado de al lado. El primero que visitamos fue el de El Zorruno. Pedro me dijo que todos le decían El Zorruno pero que no sabía por qué. El carril da dos saltos después de los dos pinos gordos y luego coge una curva. Desde la curva hasta la cancela de las pitas es lo de El Zorruno.

  • ¿Y por cuánto te vas?
  • De momento serán dos años.
  • ¿Y tu madre? ¿Con tu hermano?
  • Sí, ella está con él. Está bien. Tiene sus cosas, usted sabe, pero bien. Desde lo de mi padre no quiere mucho jaleo, pero bien.
  • Pues aquí estamos, hijo, para lo que se te ofrezca. Yo todos los días no vengo, pero lo que se te tercie, si está en mi mano…
  • Gracias –miré a Pedro y al viejo y le di la mano como con prisa-, le digo lo mismo. Yo vendré cuando pueda. Este hombre me ha dejado este encargo del huerto –Pedro y yo nos reímos-, y a ver cómo se da.
  • Bien. Eso no es mucho, tiene poca ciencia. Cavarle las verdolagas y las cuatro gramas que te salgan y estar pendiente. Y esculcarle las babosas y los caracoles cuando lleguen.
  • Sí, a ver si sacamos para poner un puesto –traté de reírme pero solo me salió una carraspera floja y ni Pedro ni El Zorruno me siguieron.
  • Pues vamos a seguir, Aurelio. Quiero enseñarle a Samu lo de Jacinto.
  • Bueno, con Dios –El Zorruno se giró lento como un perro viejo y cogió algo de una ventana.El campo de Jacinto es más grande que los demás. Todo bien administrado y limpio. Por arriba tiene varios líneos de melocotoneros con una poda casi calcada. Después, junto a la alberca, empiezan los surcos hasta la mitad de lo de abajo. Ahí se parten en tres y cambian a más separados y altos.Pedro quería presentarme a Jacinto por los semilleros. Ahora es lo que le da el sustento. Tiene algo de su pensión pero muy poco. Cuando lo de las hijas, un cabronazo de un banco le dio un préstamo con una usura que lo dejó frito. Antes era nómina y se arreglaba para pagar, pero ahora ya es pensión y no le llega. Te vende por manojos según lo que sea. Si son tomateras te entran menos que si son cebollinos, pero el precio siempre es el mismo. Con lo único que te cobra más es con los árboles. Los tiene en tiestos de poliespán sobre unas mesas bajas, en la parte de atrás, junto a la valla. Si quieres uno, o tres o veinte, te los saca con cuidado y los envuelve en papel de periódico mojado.
  • Jacinto tiene toda la parte de más solana tableada con semilleros de todo. Como pequeños campos de fútbol; ocho hileras con cinco camas cada una. Todas con una estaca de gancho en cada esquina y su red por encima. El terreno lo tiene siempre mojado. No te hundes ni es barro, es la humedad perfecta, como una gran alfombra de musgo. Tiene una goma al principio. El agua le llega por presión desde la alberca, y junto a la goma un burro de gavilla con dos cubos dentro. Con una lata muy agujereada de las de kilo va metiendo en los cubos y va regando. Es como una lluvia lenta.
  • Jacinto es un vecino también de los primeros; muy delgado y muy arrugado. Pedro me contó que es muy bueno y muy desgraciado. Que las dos hijas le salieron golfas y se le engancharon. Primero la mayor y luego la chica. El matrimonio perdió dos locales y la casa de Aljaraque pagando las terapias y las recaídas de las niñas. Medio muertos de pena y arruinados se vinieron al campo. La mayor la palmó por ahí tirada, por Sevilla. Después le tocó a la chica; se vino sin fuerzas ninguna y con una hepatitis de las de firmado y entregado. Pedro me dijo que estuvo tres o cuatro meses en el Juan Ramón Jiménez y que lista. También que hace menos de tres años se le mató la mujer conduciendo por la carretera vieja de Cartaya.
  • Lo de Jacinto está a casi un kilómetro de lo de El Zorruno. Antes de llegar, Pedro vio una cancela abierta en un campo de los de la izquierda del carril. Es una casa mediana con azotea, encalada y con piedras a la vista en las esquinas imitando una construcción de montaña. A su derecha tiene un alcornoque con una copa enorme y un corcho que nunca se ha sacado. Pedro entró con confianza y saludó a una muchacha con un bebé. Se besaron y estuvieron hablando de los padres y los hermanos y del tiempo que hacía que no se veían. Después sacaron los teléfonos y pareció que cambiaban sus números. Antes de despedirse, Pedro me señaló y la chica levantó su mano para saludarme. Yo hice lo mismo.

Fotografía: Stefano Majno