Helena llegó al barrio donde vivían músicos, pintores, poetas y cineastas. Al cruzar la avenida de Hombres Ilustres I, se encontró de frente al edificio.
La lluvia caía suave y las luces de los faroles pintaban una noche dorada de rocío. Se alegró de llevar sus botas cafés que le protegían de la lluvia, sabía que si alguna parte de su cuerpo tenía que cuidar de no mojarse para no enfermar eran sus pies.
En la entrada del edifico con tejas cafés, respiró profundo y se alegró de que por fin, después de tantos años, volvería a encontrarse con su querido amigo.
Subió las escaleras, las prefirió al elevador, pues le gustaba la ubicación de las escalinatas en forma de caracol que en el tercer piso se unían.
También le gustaba ver las puertas de los departamentos, eran todas de colores, ninguna era blanca ni tampoco repetían la misma tonalidad. No los conocía, pero sabía que detrás de cada una de ellas vivía un apasionado artista.
Josué se había alejado hace un tiempo, desde que lo ayudó a mudarse al último piso hace tres años no había sabido nada de él. Pero recordaba cada detalle del interior de aquel lugar.
Hace unos días se habían encontrado de nuevo, sin querer se vieron en la entrada de una exposición. Él era un estupendo ilustrador, a veces lo olvidaba y se nublaba su mente, pero Helena veía en él a un hombre talentoso que había logrado seguir desarrollando sus habilidades.
Ese día él solo iba de espectador a la exposición, al igual que Helena, pero ella llegaba mientras Josué ya iba de salida. De cualquier forma, quedaron en verse ese sábado para recordar aquel tiempo de amistad.
Helena tocó el timbre de la puerta color caoba y un muchacho de ojos almendra abrió la puerta. Percibió que había fumado esa noche por el ligero humo que desprendía el lugar.
Después de un fuerte abrazo, comenzaron a conversar y de repente era como si el tiempo no hubiera pasado. Notó las fotos que Josué tenía en la repisa, eran de él y su novia.
Transcurrida una hora, el celular de Josué timbró por varios mensajes, después una llamada y luego otra, fue cuando él respondió alejándose de la sala de estar para dirigirse al baño.
Helena todavía no conocía en persona a la novia de Josué, pero sí que sabía de ella, pues ambos platicaban de sus amores, corazones rotos y parejas actuales. Él le dijo que no quería platicar esa noche de los problemas que tenía con su novia, pero ella acababa de llamarle y se habían molestado.
No tenía mayor problema si él quería conversar de eso, tal vez le haría bien desahogarse, pensó Helena. Pero lo notaba intranquilo y distante para tocar el tema. Así que pensó que era momento de marcharse, Josué le pidió que no.
Ambos sabían que su cariño residía en los años que habían compartido, aunque habían tomado diferentes caminos y estado con diferentes personas, se querían tal como eran. Él se veía confundido, pero Helena tenía claridad, no quería ocupar un lugar que no era de ella, así que se despidió.
Al bajar las escalinatas, sintió de nuevo esa sensación, como si nadie la recordara en ese momento, que podría perderse y nadie la buscaría. En la entrada del edificio había un músico con su guitarra, pronunciaba unas palabras que Helena conocía, al ver el papel que tenía en su mano, le pidió amablemente poder leerlo.
“Sí, a veces dudé.
Ya no más.
Te siento tan cercana y real.
No importa cuántos días pasen sin hablar.
Sé que estamos juntos, porque nos queremos de verdad.”
Fotografía: Dennis Schnieber
Las palabras me visitan a todas horas del día y yo las invito a pasar.