I tried to laugh about it
Cover it all up with lies
I tried to laugh about it
Hiding the tears in my eyes

The Cure, Boys Don´t Cry

Allá está sentada, a la sombra del Auditorio, bajo la protección del grafiti que se cae a trocitos. Todavía tiene el pelo húmedo, largo y crespo como un campo de batalla sin refugios. Las gafas le sientan bien en el rostro, porque se sabe dueña de su visión distorsionada, de sus rayones, así como de sus ojeras. Pero hoy está tersa, pestañea, sonríe, los dientes en guardia reflejan un mundo en el que estaría a salvo. El humo del porrito se mueve al compás de la palabra alegría, su amiga tiene la gracia de una culebra libre.

Son las tres de la tarde, hay días en los que el mundo gira demasiado rápido, días para que unos cuantos corazones se ensucien de rabia, de remordimiento, si no se halla un regalito al nervioso sistema, una curva de ascenso del color de los sueños que empeñamos en recordar antes de dejar la cama, (dopamina, dopamina).

¿A dónde querrá volar cuando este día termine? Es inquieta, pero el afán no es por salir. Se delata nerviosa en los cambios de clase, en los pasillos, cuando evita mi mirada y yo evito la suya. Somos entes premonitorios, atraídos por la casualidad, hace un par de meses lo fuimos todo, confidentes, enamorados, los reyes del mundo, ¿y hoy?, no se sabe, es tan torpe la rutina de los encuentros incómodos… Temo que le arruino el día, por eso estoy lejos, al lado de la enorme rampa de caracola, amarilla y curtida como el tabaco de contrabando al interior de mi cigarrillo.

—Joven, haga el favor de moverse para allá, el humo está llegando hasta la cafetería.

—Sí, lo siento.

Cuando ríe el volumen de todo lo demás se reduce y ella se pone colorada. Estoy en deuda, he pensado mucho en ello, deber honores, palabras, disculpas. Deberle a Juliana tiempo, el esfuerzo detrás de los actos que uno daba por sentados. Mi reloj también marca el tiempo que pierdo, me llama a una conferencia a la que no quiero asistir. Estos momentos son mi alivio culposo, como arrancarse una costra lentamente, aunque duela y sangre.

La Universidad es diversa, como un enorme zoológico administrado por economistas frustrados. Casi da gusto sufrir entre estas paredes.

—Amigo, le vendo un pastel de chocolate mágico.

—¿De qué?

—De chocolate mágico, para que lo pase bien…

—No creo que me ayude.

Tengo que alejarme un poco más, quiero observar sin que se levanten sospechas o saludos de caras siempre conocidas, muchachos que no se dejan desmoralizar por un mundo que saca chispas hasta de las hojas.

Me vio llorar una mañana cualquiera, me esperaba con el desayuno humeante y el corazón en las manos. Yo había tardado, cosa rara. La terminal era un infierno, hubo un accidente, un perrito gris volando por los aires, bocas abiertas, una multitud de bocas abiertas y luego la conmoción. Me vio llorar varias veces, y yo supe que lloró, tuve un nudo en la garganta, sudor frío, porque también supe que fue mi culpa.

Hay espacios, momentos en los que convergen toda una vida, abrumadora y desgarrante; me gustaría verla irse, el semblante que ahora luce lo tiene bien merecido, que se vaya más osada, hija del viento de su pueblo, como mensajera de la luz que irradia su presencia. Que se atreva a usar la falda que tantas veces le pedí que usara, no como un mero capricho de mi morbo, sino como una primer prueba de la muerte de sus complejos. A veces estamos jodidos, a veces jodemos, pero por algún casual, hacemos un poco de bien.

Me gustaría conducir un día, y que por mi derecha, como el destello de un porrito recién prendido, pasara Juliana en bicicleta.

Fotografía por Jocelyn Catterson