Subí al carro azul que me esperaba en la esquina de mi casa. Todo el camino me dió la mano. Yo no quería llegar tan lejos, llevaba unos jeans negros y una playera holgada color rosa pastel que terminaron en el cuarto de un hotel afuera de la ciudad.

Caminamos a media noche entre la multitud y cenamos. Experimentamos con tragos por un par de horas, y, cuando hicieron efecto, sentimos que era hora de irnos del lugar.

Pagó y tomamos el elevador de vuelta a la calle, caminamos por las calles del centro tomados de la mano, platicando y conociéndonos más, lo que sea que signifique eso. Nos besamos inocentemente un par de veces esperando el semáforo rojo.

Entrada la noche, y comenzando a vaciarse la ciudad, regresamos a buscar el auto y jugamos a conducir por calles al azar hasta que tomamos una avenida vacía hacía no sé donde. Encendí el GPS y encontramos un hotel bastante decente.

Entramos a la habitación y cerramos la puerta que apenas hizo ruido. Nos recostamos en el sillón magenta que estaba al pie de la cama, puse mi cabeza en su hombro y cerré los ojos. Puso su mano por encima de mi hombro sin ninguna intención sexual, y me permitió dormir por unos deliciosos veinte minutos.

Desperté con el sonido de mi celular. Era Luis escribiéndome, preguntando por mí. “Todo bien, estoy en casa. Voy a dormir, hablamos mañana.”

Me metí a bañar. Mientras me bañaba comenzó a sonar música francesa, por supuesto. Demir llegó a México hace unos meses y nos conocimos en un café. Él se acercó a preguntarme qué sabor era mejor para un smoothie y no pude resistirme mucho a su forma de ser, su cuerpo, su mirada y el tono de su voz.

Salimos de ahí con un smoothie de plátano y otro de fresa, y caminamos dando vueltas en la plaza y después por Insurgentes hasta Revolución, donde intercambiamos los números y nos despedimos.

Salí del baño envuelta con la toalla y me invitó un trago, sirvió dos vasos con hielo y whiskey y me alcanzó uno. Nos subimos a la cama a platicar, se quitó los tenis y el cinturón.

Me contó sobre cómo ha sido su vida viajando entre México y Francia desde hace unos seis años. No imaginas lo ardiente que es su acento… Me acerqué poco a poco a él durante la conversación, hasta acariciar su cabello y bajar por su cara para dejar caer mi mano en su hombro lentamente, hasta la pierna, rozando levemente su pecho.

Se acabó el trago y le pedí uno más, se sentó frente a mi extendiendo su brazo sin soltar el vaso y mirándome fijamente. Me acerqué a él, sonreí y lo besé, me correspondió agarrándome fuerte por la cintura hacía él, sentí que la toalla perdió firmeza.

Nos besamos desesperadamente, mis manos jugaban por su cabello y las suyas recorrían dulce, pero firmemente mi espalda. Los tragos quedaron olvidados en el buró.

Estaba hincada sobre la cama frente a él, besándonos sin prisas. Me soltó para quitarse la camisa por la cabeza y la toalla me dejó al desnudo. Sentado en la orilla de la cama, tomó mis pechos y guío mi camino para sentarme sobre él, estaba tan excitada que el aire me faltaba. El lugar cada vez se ponía más caliente.

Podía sentir, aún con su pantalón puesto, el tamaño y firmeza de su erección, y me ponía más caliente. Comenzó a besarme el cuello y los hombros, bajó a mis pechos jugando con su lengua y su respiración, y le pedí que mordiera mis pezones. Sus besos y mordidas pronto hicieron que me viniera.

Se acostó en la cama cuando sintió mi calor y comencé a desabrocharle el pantalón, sentía todas las ganas que tenía de comerme…

Lo hizo memorable.