Salí del bar y me dirigí hacía a donde había aparcado mi tesoro, un mustang Shelby GT 500 del 67 color negro, lo amaba. Mierda, parecía que hoy todos tenían algo que hacer por la noche excepto yo, yo solo tenía que llegar a mi casa y seguir con la lista de películas de Ana. Conduciría hasta un super, compraría cigarrillos y un par de cervezas.
Darían las 12:30, pasa tan rápido el tiempo algunas veces. Las calles estaban casi vacías, y eso me alegraba, no veía borrachos en las calles y podía manejar sin problemas, tampoco había mucho tráfico. Aparqué cerca de un motel de mala muerte llamado “Amour”, apagué la radio y canté el ultimo coro de “love me two times”.
Bajé del auto y me dirigí al super, la gente que trabaja a estás terribles horas de la noche me causan sueño, creo que últimamente yo podría atender aquí sin problemas. Entré y vi el rostro paliducho del empleado que leía una revista, me dirigí a los refrigeradores y tomé un six de cerveza y le pedí al rostro paliducho que me diera una cajetilla de Camels, pagué y salí de ahí.
Una mujer estaba parada en la acera, estaba descalza y tenía los tacones en las manos. Tenía un vestido negro corto y las piernas largas y estilizadas, el cabello lo tenía largo y bien negro, tenía un escote en la espalda y parecía templar y luego ya no. Mierda, una borracha, que demonios, solo entré unos minutos a comprar y aparece de la nada. Pensé en mirarle el rostro cuando pasara a su lado, me dio curiosidad, por que lucía bien en su vestido corto.
Pase, tenía los brazos cruzados y el viento hacía que su cabello volara sobre su rostro. no pude ver su rostro, pero ella temblaba . Hacía un poco de frío, yo estaba seguro de que ella se encontraba ebria, y decidí pasar e ignorar que estaba ahí parada, me dirigí a mi auto sin voltear a verla, al subir la vi parada ahí, seguía con los brazos cruzados, yo tenía miopía, sabía que el viento había dejado de cubrir su rostro, pero no podía verlo. Busqué mis lentes en mi mochila y me los puse rápidamente. Le vi el rostro, tenía unos ojos bien grandes y la piel tostada, era hermosa, y miraba hacía todos lados como si esperara que alguien la salvara de esta.
Lo pensé, lo pensé unos minutos sin dejar de verla. Bajé del auto, estoy haciendo una locura, pensé, pero no me importo mucho. Me acerqué hacía ella y ella ni siquiera volteaba a verme, parecía que yo no estuviera ahí, parecía que estaba muy ebria y se tambaleaba con los tacones en sus manos.
Fotografía: Isa Gelb
La curiosidad mató al gato.