Abres el periódico del día 2 de marzo del año 2012, piensas que es absurdo leer los avisos de ocasión, tú sabes que te gustan más los obituarios, pero qué más da, hay que entretenerse con algo. Miras con atención, pareciera que alguien hubiera colocado esto ahí para ti, y lees:

Fantasma solitario busca amiga, compañera en el mundo de los muertos, que sea capaz de sostener conversaciones con desconocidos. Será provista de fiestas y situaciones nunca vividas. Requisitos: no tener pulso y encontrarse en completa soledad, absténgase de llamar quien tenga un corazón latiente. Contacto al teléfono 32682762.

Y a ti te falta uno de los requisitos, pero cuántas veces no has pensado en deshacerte de tu existencia. Si te mueres, dejarás de visitar los museos, las calles del Centro Histórico, el Parque México, ¿de verdad? Si me muero tendré tiempo de hacer todo lo que no he podido imaginar que haría.

Peligro. Peligro. Peligro.

Sería mucho más sencillo estar muerta, con los sesos desbordados en el pavimento. La verdad es que nunca he sido una persona de muchos amigos, en realidad no tengo ninguno. Toda la vida he vagado por los parques, las plazas, las librerías y los cines con la simple compañía de mi sombra. Quisiera estar muerta, porque sería más cómodo estar sola sin forma corpórea. Si no viviera, si fuera un fantasma, podría disfrutar de manera plena, sentarme entre los árboles, arrancar el pasto, jugar con las ardillas. No tendría que pedirle permiso a nadie, ni crearía mentiras o explicaciones, simplemente sería yo, para mí.

Si me quedo más tiempo con vida, perderé toda oportunidad de vivir. Como fantasma podría recorrer las calles de Coyoacán, durante la noche no tendría miedo; me colgaría de los faroles, los tejados, las ramas. En mi cuerpo volátil y transparente encontraría la forma de conversar con las luciérnagas; el silencio no sería ya uno de mis problemas, hay días en los que prefiero no oír nada, no saber de nadie. Tengo miedo de seguir siendo yo.

¿Cómo deshacerme de este inútil cuerpo? Nada me puede salvar. Ayuno para desaparecer, pero luego el hambre y, a veces más que el hambre, la responsabilidad me obligan a romper con mi objetivo. De cualquier manera no sería tan ingenioso morir de anorexia, ya luego tendré tiempo de disfrutar mi falta de peso. Si abro las ventanas no tengo ganas de tirarme al vacío. ¿Cortarme las venas? Ya he estado ahí, conteniendo el dolor, el escurrir de la sangre. No, debo hallar una muerte estética.

Tengo un cuerpo descompuesto, todo se lo debo a los constantes vómitos, a la realidad; pero no puedo esperar a que todo se desmorone dentro de mi organismo, eso tomaría años, yo quiero morir ¡YA!

Hay días en los que cruzo lentamente la calle, como esperando al del milagro. No llega nadie. Una cápsula de cianuro y todo se acaba. No habría nostalgia del pasado, nostalgia de lo que nunca fue ni será. Yo nunca tuve tiempos mejores, siempre he sido una desequilibrada. Me estoy mareando, siento el descontrol en mi cuerpo, una especie de electricidad que me acalambra el estómago; quiero vomitar. Estoy subordinada a las enumeraciones de mis suicidios; lo otro es un pretexto para corroborar mi propia existencia.

Fotografía por Isa Gelb