Anubarrado se declaraba el sendero.
Andrés Archundia respiraba lleno de anhelo.
En el fondo del bosque, un frijol germinaba y una flor, violácea, llena de hálito se entregaba a sus ojos.
Tomó la pala y empezó a cavar en aquella tierra con petricor.
La zafra descubría la dulce dádiva de su espera.
Del argüende y sus raíces, se enredaban en sus brazos y brotaba el herbáceo deseo.
Su tallo pubescente derivaba en un racimo emarginado y mostraba algo de su curvada e hinchada legumbre,
haciéndolo llegar al éxtasis de su apetito enervante.
Después de su venérea exhumación, Marta Carnicero volvía a su fértil sepulcro.
El resultado de su estigma oblicuo, aun sin brasa,
en su interior todo se quemaba.
Fotografía por: Giorgibel
-Soy romántica en el sentido de que presento al hombre como debería ser. Soy realista en el sentido de que lo sitúo aquí y ahora, en este mundo.-
#Rand