Se puede vivir muchos años en la proximidad con una persona, a lo que llamamos intimidad. Esa proximidad nos hace creer que no habrá otra persona que nos provoque la misma sensación o que no encontraremos a nadie igual.

La proximidad que se vive en los besos, las caricias, las miradas, los roces, las palabras, los “te amo”, la excitación, el coito, los ideales, los sueños. Eso se transforma más allá de un tú y yo, un nosotros.

Cuando esa proximidad se pierde y llega al lugar llamado distancia, antes de haber llegado a ese punto, te suelta el mayor escupitajo de la vida.

En ese momento comprendes que has vivido en la idealización, en tu propio complejo, en la estupidez, y regresas a tu vida normal, a la soledad, al aburrimiento, a la sanación.

Fotografía: Massimo Nolletti