Hace un año me regalaste un film que deseaba desde hace meses.
Tomaste mis manos y me tendiste en tus brazos. Te dije – gracias, es el mejor regalo- mientras contenía las lágrimas.
Te invité a sentarnos y a charlar. Escuchábamos ya el sólo de Coltrane.
Me decías cosas y más cosas, pero yo no paraba de pensar en el porqué de mi decisión de hace días.
El hecho de no tenerte más de aquella manera en mi vida me parecía absurdo, pero todo estaba dicho.
Veía con nostalgia tus ojos. Tus dulces y alegres ojos, almendras como las hojas del viento y alegres como castillos que dibujé bajo tu vientre.
Me recosté sobre tu hombro izquierdo, quise ir más allá, pero no pude, pusiste la barrera de tu encanto y me dijiste – no-.
Sospechaba ya el desenlace. El triste y cruel desenlace que mi impulsivo yo se había encargado de escribir.
Tomé la caja y con delicadez rompí el empaque, pues habría de conservar aquello que suponía ya el último film.
Fotografía por Eduardo Pedro Oliveira
Me gusta escribir sobre las cosas que veo y siento en el momento preciso.