Como si la vida no fuese lo suficientemente confusa, a Tomás le gustaba preguntarse por la muerte. Huyendo de ella en cada búsqueda.
Encontrándosela en cada esquina de su pueblo.
Entre las infinitas posibilidades sobre la vida y la muerte. Entre el número de veces que podemos jugar a irnos sin llegar siquiera a despedirnos; entre los augurios de un pueblo perdido en medio de montañas, la tez negra y el caminar sigiloso de la mala suerte en cuatro patas y las tres veces que doña Carlina, la señora de la tienda, ha hablado de lo importante de persignarse para mira fijamente la muerte a los ojos.
Sobre las siete vidas que prometía tener y la habilidad de no perder ninguna fácilmente, y por su puesto, sobre la tranquilidad de la que todos hablan y nadie conoce, porque nadie se atreve a mirarla ni siquiera con las tres bendiciones que doña Carlina recomendaba.
Sobre lágrimas y nubes.
Sobre el oxímoron vital,
en medio de Tomás y el cielo en lluvia: el gato de Schrödinger estaba muerto en el tejado.
Fotografía: John Kilar | Instagram
1999.
Colombia.
“Yo creo que en este preciso momento estamos siendo alucinados por un Dios intoxicado y todas las galaxias y todas las realidades se desprenden de su delirio.”