En esta ciudad todo parece predecible. Se camina a todos lados como si la vida tuviera instructivo.
Todo se elige por catálogo: los amores, los amigos, los restaurantes, los trabajos, la música. Hay algunas apps que te dicen con quién podrías ser feliz, otras que te dicen qué comida te gusta antes de que la pruebes y unas más que te dicen qué perfume ponerte sin que lo huelas. También hay por ahí coaches que venden conjuros para manifestar abundancia y tomar decisiones financieras saludables mientras haces abdominales. Sin embargo, detrás de esa coreografía de control está el azar de siempre, con su sonrisa minúscula, esperando a que te apendejes para voltearte la vida.
Barry Schwartz, en su libro La paradoja de la elección, ya decía que tener cientos de opciones no te libera, al contrario, te hunde. Schwartz plantea que existe una paradoja contemporánea: mientras más opciones tenemos, más perdidos e inseguros estamos.
Nos dice que aquella supuesta libertad que aparentemente está en poder elegir entre 20 tipos de shampoo, 32 pretendientes, 100 ejercicios para crecer tus tríceps y 2500 películas (todas excelentes), es en realidad una receta para la ansiedad, el remordimiento y, peor aún: la receta para no elegir nada y, de elegirlo, estar arrepentidos perpetuamente pensando que “pudimos haber elegido mejor”. ¿Elegí bien mi trabajo, a mi pareja, mi sándwich de domingo, el sabor de mi helado?
La ilusión de que más opciones es más libertad es un espejismo, en realidad, nos tiene atrapados, calculando cada decisión como si nuestra felicidad dependiera de un ábaco.
Por su parte, Nassim Taleb, con su libro El cisne negro, nos plantea una teoría muy interesante: lo que verdaderamente importa es el azar, los accidentes, los reencuentros, todo aquello que de ninguna manera pudiste predecir.
Nos habla sobre ese golpe que te cae sin aviso y te destantea, algo que nunca viniste venir, pero que cambió tu vida por completo. Taleb dice que la mayoría de los eventos que realmente determinan nuestras vidas como la muerte, los encuentros inesperados, los despidos inadvertidos, las enfermedades escondidas, las crisis económicas, son impredecibles, raros y de impacto brutal.
El problema es que la mayoría de los modelos, algoritmos, opciones y planes que creemos infalibles no sirven frente a los eventos que verdaderamente repercuten en nuestra vida. Es como pensar que tienes la Ciudad de México domada porque conoces los horarios del tráfico, y de repente una horda de manifestantes te recuerda que el control es un mito y que la vida, con su sonrisa burlona, siempre encuentra la manera de ponerte, de un cachazo certero, en tu lugar.
A los veintitantos ya deberías tener claridad, dinero, cuadritos, propósitos y un par de números astrales tatuados. A los treinta, pareja estable, seguro médico y un hijo con nombre de novela española. A los cuarenta, perpetuar todo esto, comer dos rábanos al día y mantener tus cuadritos.
El problema es que esas coreografías sociales se esfuman ante la verdad. El mundo se mueve a trompicones, a brincos, a derrumbes. Las verdaderas historias se escriben cuando algo sale mal, cuando te equivocas, cuando alguien se va sin previo aviso, cuando la vida se te cae encima como un toldo mal puesto. Son los cisnes negros de Taleb, esos eventos que nadie anticipa y que, sin pedir permiso, te redefinen.
El amor, el trabajo, la estabilidad y hasta esos “valores tradicionales” que nos venden como brújula al cielo, son solo un intento de domesticar lo indomesticable. Y tal vez la única certeza posible en este tiempo es que nada se puede calcular y aceptar que igual hay que salir a bailar.
Fotografía por Ricardo Andreas Valerio Granados

Soy abogado por castigo del azar. Las leyes me dan de comer, aunque a veces sospecho que también me causan gastritis.
