De vidrios rotos y otras diatribas

Puedo decir con certeza que fui una adolescente y una jovencita algo enrevesada. Mis padres recuerdan esa época como el momento en el que pensaron que no iba a hacer mucho de mi vida, al menos no bajo los parámetros del padre y madre babyboomer: licenciatura, inglés y computación = éxito mil.

Abandoné el último año de preparatoria, que justo coincidió con la huelga más larga de la Universidad Nacional Autónoma de México. El gobierno del Distrito Federal (antes regencia) se había tornado de izquierda. El Zócalo capitalino se había vuelto escenario cultural de esa juventud sedienta de espacios que la delincuencia organizada nos había quitado. Se inauguraron los FAROS. El caciquismo del espacio público empezaba a ser un recuerdo de la era del Negro Durazo. Manu Chao llenaba la plancha del Zócalo al ritmo de “Welcome to Tijuana”. El álbum Clandestino se había vuelto una especie de himno para mi generación. La Ciudad de México empezaba a dejar de ser el Mordor del país para convertirse en una especie de Tierra Media. Un par de años después nacían los Caracoles Zapatistas como ejemplo de células autónomas. La juventud renacía y con ella mis deseos de descubrir un mundo que no estaba en las aulas de la Escuela Nacional Preparatoria No. 6, o al menos eso creía. Era el fin de siglo.

Las fiestas, amigos, sustancias, viajes y lucha social eran la gran delicia que nutría mi recién descubierta soberana adolescencia. Sentía que todo a mi alrededor era una gran falacia y que eso que hacíamos mis amigos y yo era una especie de reivindicación con el espíritu, una suerte de New Age tropicalizado. Tenía 17 años y mi fiesta personal se extendió por algunos años más.

Nadie me quitó nada. Viví mi temprana juventud como un gran delirio de viajero errante. Años más tarde, ya como adulta, descubrí que el sistema es más cruel de lo que pensaba en aquella época y que por lo tanto no es tan fácil escapar del todo de ahí, pero eso no importa, lo importante es que tuve vida para transitar en mis diferentes etapas de juventud, tuve hasta cierto punto el privilegio de vivir sin miedo o al menos de no darme cuenta de muchas cosas y es que hoy a muchas mujeres les han quitado todo, todito: los sueños, los deseos, el delirio, los errores…LA VIDA

En ese entonces, recuerdo que mi seguridad siempre fue importante, recuerdo saber cuidarme y haber estado siempre con gente que me amaba para experimentar todas esas cosas. Recuerdo también haber hecho muchas cosas estúpidas como haber ido con dealers a zonas muy chacales, haber caminado con mis amigas a altas horas de la noche en tacones por el centro o haberme metido a bosques, playas y desiertos sola con mis amigas. Recuerdo haber pedido aventones a traileros cientos de veces (eso sí, nunca sola).

Ahora que lo pienso no fueron cosas estúpidas, fueron experiencias muy divertidas. Lo que lo hacía estúpido era mi vulnerabilidad ante un entorno de posibles hombres violentos, muchos de ellos condicionados a que pueden tener sexo forzando y sometiendo. ¡Que injusto! no era yo la estúpida, eran ellos y esa construcción social de que valemos menos que un deseo sexual no autorizado. Dios mediante todos son ahora bonitos recuerdos.

Sí, sí era consciente de que las mujeres somos más susceptibles a una agresión que un hombre en medio de la noche o en lugares aislados. Sí, pero ni por un segundo pensé en perderme todo lo que estaba viviendo a causa del miedo: el miedo de no regresar viva a casa, el miedo de que mis padres no me volvieran a ver. De hecho y sinceramente creo que no lo pensaba mucho. No estaba dispuesta a perderme este boom de juventud de fin de siglo. Sólo me repetía: “cuídate, cuídate mucho” cada vez que cerraba la chapa de mi casa para emprender la aventura nocturna o el viaje. Puedo decir que mucho de lo que soy ahora son esas experiencias de mi adolescencia y juventud temprana. No cambiaría por nada todo lo que viví, todos los beats a los que les cedí mi cuerpo, los amaneceres, la sensación de complicidad con mis amigas y amigos. Lo único que me pesa un poco son esas angustias que padecieron mis papasitos santos.

Que injusto hubiera sido que el miedo me hubiera arrebatado eso que la vida y libre albedrío me regalaban: las decisiones sobre lo que quería vivir y experimentar.

Ahora tengo 37 años y soy madre de una hermosa nena de dos años. Mi pequeña Lila, además de mi amor propio, es la razón por la que me levanto día a día. Mi hija me hace feliz a niveles que no puedo describir con palabras, no quiero sonar exagerada, ni que la maternidad es lo mejor que le puede pasar a una mujer, más bien es una experiencia con ciertas particularidades que no se parece a ninguna otra.

En este rush actual de violencia extrema hacia las mujeres no puedo evitar ver a mi hijita y preguntarme: ¿Ella tendrá las mismas oportunidades de experimentar el mundo como lo hice yo? Por supuesto no es que le desee a mi hija una etapa de drogas y fiestas. Solo pienso en el día en que quiera hacer un viaje sola o con sus amigas. Luego un pensamiento horrible viene a mi cabeza al recordar a Marina Menegazzo y María José Coni de 21 y 22 años respectivamente, dos jóvenes argentinas que se estaban recorriendo Ecuador y que encontraron su muerte a manos de dos sujetos que las drogaron y violaron previamente. Después, como una avalancha de mal viaje, recuerdo a María Matus, la joven mexicana que de igual forma fue asesinada en Costa Rica a manos de un tipo que antes había abusado sexualmente de ella. Días antes de este ominoso hecho, María había subido una foto a su cuenta personal de Instagram con una foto que decía: “Después de mucho tiempo de haber deseado irme por el planeta a viajar sola”. Tenía 25 años.

Veo las fotos de estas chicas en las que fueran sus cuentas de Instagram y pienso: “¡Dude! Eran grande viajes personales, eran chicas experimentando su libertad, era una forma de enriquecer su mente y de crear historias que las iban a hacer más sabias” y así nada más les quitaron todo, todito.

En este vagar de pensamientos esquizofrénicos (o sea re malviajosos) recuerdo todas las veces que sentí frío o sueño en una fiesta y decidí irme a mi casa. Sí, a veces algún amigo me llevaba a mi cantón, otras simplemente decidía tomar un taxi sola. En esa misma avalancha de pensamientos catastróficos de la que ya no me puedo bajar futurizo y pienso en mi hija decidida a tomar un Uber o lo que sea para irse a descansar, ya no digamos de una fiesta, pero de algún lugar donde ha estado trabajando o haciendo tarea hasta tarde o simplemente porque se le pegó la gana.

Ese pensamiento se vuelve insoportable cuando recuerdo a Mara Castilla tomando un servicio de transporte Cabify para regresar a casa después de una salida de antro con sus amigos. Abordó el automóvil y nadie volvió a saber de ella. Era estudiante de ciencia política, tenía 19 años.

Sin en el menor preámbulo a mi incesante chaqueta metal y ya en la friques total me cuestiono: Si le dijera a mi hija que no puede hacer ciertas cosas le estaría soslayando su libertad de ser y hacer, pero también pienso que a lo mejor en muchas circunstancias le estaría salvando la vida. ¡¿SALVANDOLE LA VIDA?!, okey repito de nuevo S-A-L-V-A-N-D-O-L-E L-A V-I-D-A ¡¿Por ejercer su libre albedrío?! ¡No tiene sentido para nada! No, no soy una madre aprehensiva, quien me conoce sabe que es verdad. ¡Pero dude que puto miedo! Un miedo que termina de reafirmarse cuando en una sobremesa le pregunto a mi papá: – ¿Recuerdas alguna época en que los feminicidios hayan estado tan desbordados como ahora?, ¿Siempre ha sido así?; a lo que responde: -No hija, no recuerdo una etapa tan violenta como esta hacia las mujeres. Terminamos deliberando sobre que a lo mejor siempre ha sido así pero que con los medios de comunicación actuales todo es más visible y la información se propaga más rápido. Como sea tocaría revisar datos duros a través de años pasados para saber si vivimos una etapa de violencia de género más crítica que en otros. Pero por lo pronto esto es hoy, y que yo también recuerde, una epidemia.

En algún otro momento de reflexión sobre este tema me quedo pensando que yo puedo hacer todo lo posible para que mi hija aprenda a tomar medidas de seguridad, puedo instarla a que no importa la hora que sea, ella podrá llamarme para ir a recogerla hasta el fin del mundo si fuese necesario. Puedo enseñarle sobre relaciones sanas (o al menos tratar), puedo enseñarle sobre el amor romántico, puedo buscar que viva muchas experiencias procurando que sean seguras, puedo proveerle una educación de respeto y amor a sí misma y a otras formas de vida. Sí, puedo hacer todo esto y más para intentar garantizarle una vida feliz. Pero y ustedes madres y padres de varones, ¿ya están enseñando a sus hijos a no violar?, a que NO es NO. ¿Ya están enseñando a sus hijos sobre procesamiento emocional, sobre contención? ¿Ya les explicaron que sentirse frágil y vulnerable es válido? Porque la fuerza no se mide sobre la que tienes sobre otros, si no la que tienes sobre ti mismo. ¡GOBIÉRNENSE! POR DIOS ¡GOBIÉRNENSE!…

No hay nada que me irrite más que se condicione LA VIDA a formas tan básicas y comunes de comportamiento. Es decir, por supuesto que nuestras acciones son determinantes en la calidad de vida que deseamos. Pero usar una minifalda, caminar por la noche, salir de viaje con tus amigas, salir a divertirte, salir tarde de trabajar, abordar un taxi, quedarte dormida en un autobús, intentar llegar a tu casa, confiar en un amigo, bailar en un antro, pasarte de copas, etcétera ¿Son acciones de riesgo? SÍ, sí lo son. Pero más bien la pregunta es: ¿Deberían ser acciones de riesgo? NO, porque nadie tiene derecho sobre el cuerpo y voluntad de un ser vivo sobre otro. Ahora lo pienso y si me hubiera pasado algo en mis años mozos los medios y la gente me hubieran revictimizado: “Se lo buscó por dejar la escuela, se lo buscó por andar en fiestas, se lo buscó por vaga, por puta”.

Esta masacre actual no sólo le está robando la vida a 10 mujeres todos los días. No sólo les roba la dignidad a las víctimas de violación. Les está robando a todas las niñas, niños y mujeres la libertad de construir experiencias, de edificar su vida través de lo que viven, de aprender, crecer y madurar. El miedo nos está quitando los sueños de libertad. Y NO, la violencia no es una forma de crecimiento personal, no mamen.

Señores y señoras no se trata hoy de jalar parejo y de repetir como merolico esa retórica de igualitarismo, se trata de detener esta masacre cueste lo que cueste, pese a quien le pese. Me queda claro que solo trabajando en colectividad podremos salir adelante, que trabajar mano a mano es el mejor método de resistencia, sí, entre hombres y mujeres. Pero ahora toca salvarle la vida y los sueños a nuestras morritas y morritos y en este sentido las mujeres ya nos estamos organizando sin los vatos, sin el estado y muchas veces sin nuestras familias. No se trata de excluir nadie se trata de no seguir perdiendo el tiempo por que mañana serán otras 10 mujeres.

A ustedes amigos varones les toca deconstruirse, les toca formar grupos entre sus amigos, colegas, familia, les toca cuestionar sus privilegios. Los aliados varones en esta lucha les toca trabajar en sí mismos. Les toca reinventar su masculinidad. Luego nos encontraremos en el camino siendo mejores, más sabios, más fuertes y entonces ya no podrán con nosotros, seremos invencibles y solo habrá amor. Pero por ahora no nos toquen que andamos chidas…

Y si no regreso destrúyelo amiga, destrúyelo todo hasta que la dignidad se haga costumbre, por que las paredes se limpian, pero las morras no regresan.

Fotografía por Jocelyn Catterson