Te pienso y todo vibra.
Mi interior se sobresalta,
se eleva ante la promesa,
frente a la potencialidad de un tal vez.

Un interior que espera paciente el reencuentro,
la concreción del pensamiento,
el vaivén de sensaciones,
ese sube y baja,
tal y como el elevador
usado en el medio de una ciudad callada,
de un edificio antiguo,
que reconoce bien ese movimiento
que se repite a través del tiempo
y es siempre otro,
como el cuerpo que se presenta
ante mí y contigo.

Cuerpo que yace a la espera,
deseante y alerta
dispuesto y abierto,
como ese elevador,
atento a entradas y salidas,
subidas y bajadas,
descansos y jornadas sin fin.

Cuerpo que no sabe quién lo usará,
pudiendo ser un conocido,
un ser familiar
o, quizás, un Otro diferente,
alguien más,
un extraño que,
impaciente ante lo desconocido
y en pleno uso de su sentido del tacto,
pulse todos los botones
hasta averiguar cuál lo lleva a su destino,
al piso prometido,
a la sensación anhelada,
al clímax del encuentro.

Fotografía por Abel Ibáñez G.