Antes de todo, acomodé mi cuarto; doblé la ropa, limpié el piso, desempolvé los libros y escondí los posters obscenos. Preparé todo para darte la impresión de que el orden impera en mi vida. Que soy un tipo ordenado.
Pero ahora sabes que no, que mí todo es un desorden y más cuando tomo más tragos que los dedos de mi mano. Y por eso no viste mi habitación limpia.
Tampoco viste que después de toda la mierda que dije anoche, caminé hasta mi casa en un trayecto donde casi me parten la cara. Pero eso no fue importante. Lo importante fue que jodí la última situación feliz que tuve este año. Y que ahora tengo los puños destrozados.
En fin, ahora que se fue la década al carajo, te confieso que de los últimos trescientos sesenta y cinco días, los menos de veinte que pasé contigo fueron los mejores. Eso y todos los cientos de besos que nos dimos. Y todas las miradas que producimos. Era el sonido cordial de la alegría ocasional. Los mejores.
Pero todo lo mejor acaba. Como cuando estás viendo una gran película y te dejan el final abierto; quieres que siga, que te digan que el tipo o la tipa lograron el objetivo y se esbozó una sonrisa en su cara. Pero no: te lo dejan al aire para que pienses en que todo pudo ir muy bien o muy mal. Y casi siempre piensas mal.
Pero lo que te quería decir, además de que antes de todo dejé muy limpia mi habitación, es que aún tengo tu labial en mi camisa. Por ese beso que ahora me arrepiento de limpiarme. Pienso que, de haberlo dejado, el efecto mariposa pudo haber hecho que todo fuera diferente.
Diferente: amanecer contigo, ir a box, llevarte a casa y darte un beso. Decirte que te quiero y quedar en vernos antes de que acabe el año. Ahora, si te veo empezando el dos mil veinte, será un milagro.
Pero lo jodí, lo acepto. También acepto que soy un imbécil. Lo que no acepto es no volver a ver tu cara bonita. Lo que no acepto es mi persona de esa noche; la verborrea que salió de la bebida y nubló mi juicio, y por ende la alegría.
Pero cuando la mierda llega al cuello, hay algunos que corren y otros que se quedan. A mí me gusta correr, lo hago cada dos días, pero esta vez me voy a quedar a ver si todo se incendia o se ilumina.
Y si se incendia, ya me he quemado antes. Con eso quiero decir que todo dolor se siente pero paulatinamente se aleja. Aunque queda la cicatriz.
Y si se ilumina, prometo hacer méritos para no ahogarme en la inmundicia. Tal vez seguiré bebiendo pero cuidaré no joderte la vida. Aunque ya sabes lo que dicen de las promesas: son efímeras.
Lo que no es efímero es el recuerdo de aquel bosque donde llegó el ganado y ganamos todo. Todo: coger sobre el pasto y reírnos de la vida. Todo: ver a un caballo tomarse tu trago y todo lo demás por menos de cien pesos.
Ahora estoy perdido. Perdí. Perdí la confianza, la serenidad, tu alegría. Perdí el trago que llevaba esa noche, de regreso a casa, para darme valor.
Perdí una sonrisa que fue muy sincera, perdí un abrazo que me alegraba cuando sucedía. Pero lo que más me duele es que tal vez ya no pueda volver a ver tu espalda desnuda.
Fotografía por TolikTolik TolikTolik
Escribo en libretas baratas y en medios como Milenio, Nexos y Yaconic. Aficionado a los bosques y a las panteras.