Sábado 5 de enero, me levanto con resaca; no de alcohol sino de algo mucho mas amargo. Anoche me peleé con el tiempo (otra vez) y para variar sigue indolente a mis reclamos. Todo comenzó desde que el inconmovible decidió volverse breve contigo y eterno conmigo.
Dalí represento las teorías de la relatividad del tiempo de Einstein con los relojes blandos en la persistencia de la memoria, para mostrar cómo el tiempo corre diferente para todos; y en efecto hay relojes que se derriten mas rápido que otros. Como prueba tenemos tu reloj y el mío, algo entrelazados pero desincronizados, divagando en arenas del tiempo de desiertos diferentes.
Tu reloj leve, blando, cálido, con las horas repletas y siempre a toda prisa. Cada segundo le escurre una nueva gota, sin preocupaciones porque ya el tiempo no alcanza, cruzándose a cada minuto con todo tipo de relojes que van a su propio tiempo, olvidando al instante a los que se van y enfocándose en los que llegan, sin descanso pero alegre y lleno de vida.
Y mi reloj sólido y frío, con las horas vacías, apenas con la flexibilidad de un pedazo de plastilina vieja. Rara vez se le ve escurriendo alguna fría gota cuando logra cruzarse con algún otro reloj, se queda recordándoles con amargura el resto de lo que parecen interminables horas de soledad. Demostrando que lento no siempre es contento.
Y así en uno de los mencionados cruces se enredaron tu tiempo y el mío por un momento, fugaz para ti y perpetuo para mi. No puedo enojarme contigo por tener un reloj que se funde mas rápido que el mío, así que me enojo con el tiempo autor de mi suplicio, que aunque se niegue a escuchar mis quejas le demostraré que no seguiré siendo su esclava, por eso me embriague de ponzoña, para derretir este maldito reloj de una vez por todas.
Fotografía por Denis Ryabov
Escribo porque un rayito de sol moreno me hizo sentir que era capaz de hacerlo.