Dos chicos entran a una cafetería, lucen incómodos, pero en condición aceptable; él pide un cappuccino y ella un chai latte; ella luce triste, sin esperanza, indecisa; él toma el control de la conversación, habla sobre la muerte de su padre, sus últimos deseos, la ubicación de los restos, su desvinculación con la familia, los lugares en donde estuvo; él huyó pensando en encontrarse pero olvidó buscar en el interior; ella escucha pacientemente.
Han pasado tres años, él se perdió en la vida y ella resistió… esperando. Ella pide otro chai latte y de su mochila saca un regalo que había sido guardado desde el verano pasado, la partida sin explicación le rompió el corazón, él se esfumó en el abandono junto con su afecto y todos los planes que trazaron juntos.
Ella ahora le cuenta todo lo que pensó, lo que sintió, sobre los momentos en los pasillos en donde creía escuchar su voz pero al voltear se percataba de que era sólo el viento y el eco que trae de otras tierras.
Las lágrimas corren por sus mejillas, él no sabe que decir o hacer, no quiere cambiar lo que ella piensa, sólo mueve su pie por debajo de la mesa, como el que quiere escabullirse pero no puede, como quién siente una cadena de sentimientos; así que sólo se escuda tras la bolsa de regalo bicromática que ella misma le dio.
Ellos crecieron juntos, fueron a las mismas escuelas, tuvieron las mismas clases, se prometieron tanto y la vida se encargó de seguir el curso.
Él la defraudó como amigo, como compañero y ahora manifiesta desear enmendar la brecha de los años que desapareció sin advertencia alguna, ayudarla a no sentir más dolor por la causa; ella sabe que eso es imposible como absurdo, todo es diferente ahora.
Ella no quiere verlo más, responde unos textos en su teléfono, se limpia las lágrimas mientras él sólo logra expulsar de su pecho un par de resoplidos, voltea a la derecha, voltea a la izquierda, buscando respuestas o algo más lúcido que decir para que ella no se vaya; ella dice otra línea que no se escucha porque en la calle pasa un automóvil con reguetón a todo volumen; él no se percata, en su mente sigue intentando salvarse del abismo de ese torbellino de sentimientos y días reclamados; ella toma los últimos tragos de su chai latte, con postura de quien ha recuperado convicción, se para y se dirige al baño; él se estira en la silla, con desasosiego pide la cuenta, deja veinte pesos de propina y hace un gesto a la mesera buscando el perdón que nunca conseguirá; ella sale del baño, él ya espera afuera. Todo ha terminado.
Fotografía por Denis Ryabov
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