La soledad es mi mejor compañera, la conozco. Me siento lejana del mundo aunque a veces hablen de mí. Tengo canas que no alcanzan para los años que tengo, vidas que se acumulan en mi cuello, en mis pies. No quiero hablar con nadie, hoy el día estuvo nublado y desde mi centro no vi el sol, hoy vivo desde este cuerpo que no sabe cómo ser, a veces me arrepiento de haber elegido algo tan simple. Este cuerpo tiene 24, pero aunque no esté consciente se siente de 76, pobre, tiene una edad incontable, casi infinita, y todavía no sabe cómo vivir.
La mente de este cuerpo es un cuento que se teje a parte. Cada tanto vuelvo para hacer que despierte, lo logro un poco. Pero sigo apareciendo en los momentos que la lleven a la raíz; los grillos, la lluvia, un árbol, pintar. Sus sueños lúcidos no son un buen medio, la aterran. Debo encontrar la manera de que me encuentre, pero temo que pierda la cabeza antes de que eso pase. Demasiado mundana. Demasiadas ilusiones, demasiado apego.
¿Cuándo te dejarás caer?
Demasiado, no puedo. Trenzo mis canas otra vez mientras ella se llena de cosas por hacer que casi no importan. Le envié un guerrero azul, pero se enamoró. Ahora están entretejidos y eso está bien. Pero algo no. Ni siquiera yo lo sé, no soy una bruja. Solo soy una anciana que de vez en cuando mira por sus ojos, que un día va a salir.
Ese día cuando el sol ya no la queme, se lo diré. Le diré eso que ni si quiera hoy sé, pero que hará que no se mezcle, que sea un uno que es entero. Indivisible, indisoluble, etérea como su alma.
Fotografía: ding ren
Escribo vómitos mentales para poder dormir.