Pareciera que las notitas salen de entre los mosaicos del suelo, que ni les ha afectado las mudanzas o el tiempo. Lo que sí resienten es el olvido. Y no son sólo las notitas apresuradas, también papeles arrancados con cariño o credenciales de la primaria ahogadas en nostalgia… Todas increíbles sobrevivientes a mi brutal exterminio de recuerdos: larguísimas cartas con promesas, quemadas; fotografías impresas o en memorias extraíbles, hechas polvo; portavasos coleccionados de restaurantes coquetos, perdidos ya. Y los libros con dedicatoria en las primeras páginas. Páginas que arranqué y libros que conservé.

Las notitas siguen apareciendo en lugares inesperados. Las desdoblo escéptica y las vuelvo a tirar. Mil y un veces tirándolas pero siempre vuelven. Brotan entre mis carteritas, folders, libros o bolsillos. Empiezo a tener sueños vívidos que atribuyo a mi dieta de humos, chocolate y cuarentena. Los sueños no parecen sueños, son más bien regresiones a detalle de días pasados. Esto lo hablé con mi terapeuta, mi hermana, mis amigas y desconocidos en grupos de venta en Facebook pero nadie supo decirme si aquello que vivía en las noches era sueño, recuerdo o realidad. Sea lo que sea, empeoró. Despertando encontré al libro más descarado del mundo: estaba abierto. Y alguien había coloreado sobre la primera página para revivir la dedicatoria. En este sueño leí esa primera página olvidada y me volví a dormir, o despertar. Abrí los ojos. Nos volvemos a ver. Nos encontrábamos en el pasto escuchando tus instrucciones sobre cómo guardar recuerdos para siempre. Siente el pasto, siente tu vestido azul y tus aretes de pluma, no te rías, en serio siente y recuerda este viento, cierra los ojos.

Y ya no sé si soy la de antes o la de después, la que necesita deshacerse de los libros viejos en su librero o aquella que necesita despertar y dormir.

Fotografía por Barbaros Cargurgel