Aquella obsesión por el Mediterráneo

Y ¿qué había sido de él? ¿Otra aventura casual que llegó sin previo aviso? Sabías que acabaría en tu habitación. Lo sabías desde los primeros minutos que cruzaron palabra. Él tenía lo que tanto te atraía: una de esas conversaciones que se convirtió en otra y en otra y otra más durante las siguientes cinco horas. Él te hacía reír, no parecía uno más de los que quería desesperadamente entrometerse en tus bragas para salir corriendo a la mañana siguiente. Él te hacía sentir cómoda, como si se conocieran de años atrás.

Pero, como todas tus historias, esta también tenía una particularidad, él vivía al otro lado del mundo. Sí, era todo tu tipo: el prototipo de algo imposible.

No te bastó dejarlo en un par de noches de juerga y besos sin ataduras. No te bastó con dejarlo todo en esas calles de España. Tenías que regresar a alborotarte los sentimientos, a buscar el drama donde no existía. A encontrar un motivo para extrañar a alguien.

Así que regresaste a buscarlo, a quedarte en su cama, a pretender que podían tener algo cuando ambos estaban tratando de huirle a todo.

Y, como naturalmente sucedería, una vez más regresaste a casa pensando que aún sobreviven los romances idílicos construidos sobre cartas que se escriben a mano. Pensaste que su química traspasaría las millas de distancia. Pero, olvidaste que el ingrediente secreto de aquella receta es conservar la capacidad de mirarse a los ojos de vez en cuando, se te olvidó que el roce de tus labios no se sustituye con una pantalla táctil de cuatro punto siete pulgadas. Y, lo más importante, pasaste por alto que, quien busca el olvido te deja ir apenas cruzaste la puerta.

A estas alturas, sabemos que el final de esta historia no dista mucho del estándar, excepto por aquella locación. Parecía ser que te encantaba hallar nuevos rincones en el mundo para dejar trozos de tu iluso corazón regados.

Ibas rompiendo récord de enfriar relaciones cada vez más pronto. Supongo, que por lo menos habías aprendido que, los remedios más efectivos –y también los más dolorosos– debían aplicarse a los primeros síntomas.

A él también lo dejaste ir, lo dejaste junto con tu terrible obsesión por el Mediterráneo. Lo dejaste en la ciudad en donde los amores parecen no marchitarse mientras florezcan cerca del calor de su eterno verano.