Feliz año nuevo. Fui a la licorería y estaba cerrada. La ciudad es un gran fantasma: apenas sales de casa te das cuenta de que hoy no habrá gente en las calles. Hasta el vagabundo medio loco que te pide una moneda al salir del metro celebró la noche de ayer, y ahora tiene resaca. Fui a la tienda y como la licorería: cerrada. Parece haber ley seca sin haber ley seca. Tendré que tomar las llaves del auto prestadas y salir más lejos en busca de cerveza; eso o estrellarme al tener ya comprometida la felicidad y la estabilidad física y psicológica. Cogeré varias píldoras para reponerme y tal vez, ya en el auto, deambule un rato por las calles desiertas. Parece haber no circula para todas las calcomanías cuando en realidad sólo hay para la calcomanía amarilla con terminación 5 y 6. Una aspirina para espabilarme, dos para salir de la negación, tres para sentir cómo la sangre en las venas se me convierte en agua. Café, necesito café; café y un panqué, sí, y no olvidemos la cerveza y, si alcanza, una botella de vino barato. El niño que limpia los parabrisas no parece haber tenido un feliz fin de año, aunque tal vez me equivoque: allí, asomando de los harapos que lleva como ropa, va colgando una botella de activo y un trapito. La ciudad de hoy se parece a la ciudad del 2006 -el año de la influenza-, pero sin terror ni alarma. Hay un Oxxo abierto, pero el encargado sólo atiende por una ventanita y la gente afuera parece digna de formar parte de una horda zombie en un remake de una película de George A. Romero. Hoy, tan pronto haya terminado mi búsqueda, iré a casa y veré The night of the living dead sentado en el sofá, abrazando una almohada, bebiendo cerveza y comiendo panqué. Me había olvidado por completo del paquete de cigarrillos en la guantera del carro, pero tan pronto lo recuerdo cojo uno y lo enciendo. Ahora ya no quiero nada, sólo regresar a mi casa, estacionar el carro y ponerme a ver películas viejas; con suerte, aquello me animará un poco.
Llego a casa y es papá el primero en preguntarme en dónde estaba; tiene la pinta de que se acaba de levantar y, de hecho, se acaba de despertar. Le digo que fui al carro porque pensé haber dejado algo en el asiento trasero. Sabe que es mentira lo que le digo porque puede ver a través de mis ojos enrojecidos. ¿Pasa algo?, me pregunta. No, nada, respondo. Feliz año nuevo, proclama justo antes de volver a cerrar tras de sí la puerta de su recámara. Otra vez, estoy solo. Enciendo la tele y lo primero que veo es a una hiena arrancando pedazos de carne del cadáver de un león. Ahora ya no quiero ver The night of the living dead sino The lion king, a fin de quitarme esa imagen tan siniestra de la cabeza. Tal vez, como cada año, pasen Jingle All the Day y se me olvide la necesidad de beber y olvidar. Se vuelve a abrir la puerta del cuarto que cerró mi papá, pero ahora es mi mamá quien sale de ella. Feliz año, mamá, le digo, aunque sé que le gusta tanto como a mí iniciar un nuevo año. Feliz año, dice, y me abraza fuerte, muy fuerte, a sabiendas de que este podría ser nuestro último año reunidos en casa como familia.
Fotografía: ourutopia
(1990- ¿?). Gestor cultural, bibliómano y colaborador constante de publicaciones digitales.