Amapola de agua, de fuego, del viento.
Me trae llantos en sus brazos, de algún cielo lejos.
La tengo en mis manos y canta, entre silencios se esfuma, afligida y mansa.
Corre incansable hacia la luz de algún recuerdo, de algún sueño adormecido, sed del alba, del fuego mío.
Me busca entre rimas y delirios. Me tiene suya y es vida.
No sabe quedarse, aun así me salva.
Tímida, distante, me envuelve entre sus sabanas y sombras, como flor que es ella, se cierra, mi herida se evapora.
Sus hojas caen, frágil y fuerte, me llena de ardor su aflicción, su ropaje de nadie.
Amapola de hielo, del sol, y del aire.
Se desnuda ante el miedo, cálida y fría, derrama mares, lagrimas de risa, pequeños cristales.
Protectora de mis noches obscuras, de mis angustias a solas,
soledad de mil horas, de mis torpes locuras.
Reposa serena entre las ramas de un árbol, ausente, sombría, me espera.
La lluvia se encima sobre su cuerpo de seda, y ella se alegra, se tumba, se llora entera.
Amante de mi naturaleza, fuente de mi néctar, y de mi miel, mariposa del aire, perfume de rosa y café.
Entre mi pelo se envuelve, se tuerce, se mezcla, se me hace humo en la piel, mi ilusión muere.
Será de un ángel, mi flor, algodón de mi cielo, de mi desvelo.
Fotografía por Amanda Aura