Agosto

Este fin de semana fue, personalmente, productivo.

Visité personas que hacen bien al corazón. Hablamos mucho, escuché muchos puntos de vista, escuché muchas historias y en algún punto me di cuenta que el tiempo, sí, otra vez estoy pensando en el tiempo que me viene perturbando la mente bastante, pasa y no hay segundo perdido que se recupere.

Es un limbo medio extraño, donde si bien se avanza a pasos gigantes, en algún punto también estamos estancados. Donde queremos ir para adelante llevándonos todo puesto, pero con el miedo y la precaución de ya saber que cada ficha que se mueve no es gratis, y siempre, siempre, trae consecuencias.

Donde no sabemos si bajar o subir las varas de nuestras proyecciones, en cada plano de la vida, individual y como un todo.

Por otro lado, el no entender que pasa y no saber si hacernos los idiotas o tomar cartas en el asunto, como si la sinceridad fuese un valor que ya esta en devaluación, que se va perdiendo, y que cuando se toma coraje y se expone no hay respuesta alguna, se traduce en esos mensajes que mandamos con todo el coraje del mundo y mueren en una contestación inexistente, y dejame decirte amiga, no va llegar jamás. Seguramente la próxima vez que te vea va a pasar lo mismo de siempre, ese patrón de comportamiento que rompe las pelotas a sobremanera, lo sé.

Y ahí de nuevo, entramos en ese circulo horrible. No te entiendo, querés que te entienda. Intentamos entender, pedimos espacio, cierran la puerta. No dicen nada, es como refugiarse en el status quo hasta la próxima vez.

La gente se abre, casi que con sinceridad sin precedentes pero que es totalmente efímera. Qué porquería.

La moraleja es hay que dejar de romper las pelotas y evitar que alguien más lo haga. Hoy creo que nos define la frase: “Prefiero que me rompas el corazón antes que me rompas las pelotas”. 

Fotografía por Steven Simon