El día que hicimos clic. Eran tres actores/personajes en los pasillos de la universidad. De todas las obras que sucedían en ese momento, el azar me llevó a unirme a la tuya. Hablaste sobre un par de autores que revisaban en tu curso, del CC Woody Allen, y uno de ellos coincidía con el libro que traía entre las manos. No me creíste y te lo mostré. Te doy mis manos. Era Octavio Paz. Me invitaste al curso.
*Estrella de 1 punta.*
Llegué a la segunda clase. Y me presentaste a Daiset, la mujer.
Daiset hablaba sin parar por 3 horas todos los jueves y nos hipnotizaba. Cada semana con atuendos distintos. Era el ser más elevado y fascinante en la faz de la tierra. Recurría a todo contigo, te decía “Betito” y eso me hacía hervir la sangre.
*Estrella de 2 puntas. *
En una ocasión, leíste por encargo, en clase, una composición sobre una pieza del artista más sobrevalorado de la época. Ella te señaló y te pusiste de pie, brotaron esas hermosas palabras de tus labios, deslumbrantes, sin esfuerzo y con una fluidez envidiable. Yo miraba sentado a tu lado, tu cabello largo, ese perfil sinuoso de tu nariz, no te costaba nada expresarte así. ¡Qué vocabulario, cabrón! la repetición coincidía con las formas y los tamaños de las imágenes, tan parpadeantes. Me gustaría haberme visto desde fuera de mí, estaba enamorado. Describías una pieza que no encontré interesante hasta esa noche, como sí hablaras de la mismísima Daiset.
Composición que desde aquel día he tratado de reconstruir en mi cabeza. Decidí que tenía que ser tu amigo.
Integramos este grupo autodenominado super-naturalistas, superrealistas y muchos otros nombres sin sentido. Las reuniones en aquel bar de mala muerte del centro, el maniquí que se nos unión en la esquina del Fru Fru, el comercial de Bowie, la visita a la primera sede del Jumex.
En esas salidas con el grupo, yo tomaba nota de tus expresiones, esperaba que resonaran esas palabras, y me remitieran a tu texto. Encontrar los pedazos de aquel mosaico. Quedé flechado.
Tuve oportunidad, tiempo después de tener La pieza frente a mí. Lo único que vino a mi mente fuiste tú, esa composición, palabras distantes, la describías a la perfección, tú siendo el centro del collage. Me llevó al piso de madera del Woody, recordar esa extraña manía de oler tu propio cabello, las pláticas interminables al final del curso, esos libros viejos de los estantes, las puertas apolilladas, el libro de Topor que jamás compré, en Montse y la belleza de Daiset…
Te he escuchado afirmar en un par de ocasiones que uno de tus propósitos, según el significado de tu nombre, (que no he querido corroborar), es juntar a las personas, unirlas.
Has dejado entre mis manos a Edgar Gil, este tercer actor/personaje que llega a escena, obra que empieza y termina cada que nos reunimos. Palabras escritas en su piel.
*Estrella de tres puntas.*
Larga vida a flatboy, a Edgar “Hill”, a l’amour, a la poésie et la liberté.
E.
Fotografia por Fragile Ruins