Lo común va más allá de lo ordinario
visto ante los ojos del tiempo.

Cómo demostrarte que casi no estás, que te estás yendo.
Y aunque piensen que exagero, no está demás decírtelo,

susurrártelo despacito y con la intención

de que me dejes el olor a petricor de lo vivido.
Éramos el tiempo en nuestras manos,
el latido del pecho,
pero a veces y entonces,
no podíamos ni siquiera
seguirnos los pasos.
Estás aquí.
Te siento. En mi órgano más extenso,
cada uno de mis receptores nerviosos
te reconoce y eres interpretada neuralmente.  

Mis discos de Merkel saben cuándo estas por aproximarte.
Sonamos distintas
densas
nos fusionamos en los sentidos.
Detonación. Colisión.
Estampido, sobresalto.
Liviandad. Regocijo.
Ya no estás.
Te has marchado.
Pero sigues cubriéndome, me arropas.
Te respiro.

Mi pequeña pirámide triangular de vértice,

de confirmación a la memoria;
mis ciclóstomos son capaces de recordarte

con tan solo una brizna de tu olor o del pensarte.
Me ajustas. Te recuerdo.
La mezcolanza te dice que fuiste indispensable.
Vas deshilándote a cada toque de sol, a cada hebra de viento.

Al rose de otras, al filtro de no te encuentro.
No te vayas, que te quiero.
Ya no me quedas playera. Te vas, te estoy extrañando.
Y nada te reemplaza, más que un par de brazos densos.