Llego con el viento de Saturno, llego a la tierra para cobijarme con ella pero está ya muerta, entonces me cubro como lobo en disfraz de oveja y fecundo esta tierra sin propósito alguno. Por eso escribo, escribo por cada vida que se va, le escribo al alma para eximir la culpa, le escribo al hombre que sin destino vivió suspirando por esto y por aquello, suspirando por ti, por la tierra que jamás sintió, pues soy yo vestido de dios y con mi divina presencia asesino.

Soy aire, soy polvo que fue viento, un viento que fue un todo, y por el camino arranco como hojas partículas de todo, una parte de todos; la tiro lejos de su causa, pues mi causa es aburrirme demasiado pronto.  Pero tú te elevas de esta tierra con aplomo, como si la misma luna te jalara con sus hilos mozos, con demasiada prisa con demasiada fuerza; mis raíces tan pesadas me hacen tener que soltarte mientras veo la luna a tus pies.

Voy y vengo a conveniencia, sin culpas ni disculpas. Como el viento me escabullo entre agujeros y vidrios descompuestos, grosero y transparente entro a la morada donde te enamoraste de un destello sobrio. Azoto por última vez todas las puertas con violencia efímera y enferma, me ignoras. Llego al fin a acariciarte pero tu delicado cuerpo está cubierto todo de negro para inmolarte por Apolo vestido de lobo, para que te devore sensualmente con sus colmillos manchados del alma de tus heridas brillantes por amor y deseo, sin una lagrima de tristeza en tus lejanos ojos;  me quedo en el umbral pensando en todo el dolor que cause sin ni siquiera tocarte.

Fotografía: Sebastián Pérez Rivera