No te voy a pedir que te alejes del mundo que conoces. Cada noche pondrás esa canción de PJ Harvey que te recuerda a un antiguo romance, mientres bebes cerveza barata y comes comida que calentaste en el horno.
Cuando la bebida comience a hacer efecto, escucharé tu monólogo trastabillado, ese que empieza con la lista de todo lo que odias y termina con el relato del divorcio de tus padres. Con la primera lágrima cambiarás de tema: me explicarás por qué te gustan los poemas de Pizarnik, me pedirás que cuente de nuevo la historia de cuando acabé en una fiesta con el actor que salió en Amar Te Duele.
Después de que hayas terminado con el segundo paquete de cerveza, miraré cómo te desnudas con cierta torpeza mientras pones algo de Marvin Gaye porque crees que su música es afrodisíaca. Me recibirás en la cama invocando a Dios durante el sexo y después caerás en el sueño dónde eres la princesa de un castillo hecho de naipes. Luego vendrá la pesadilla con el viento derrumbando tus aposentos.
Despertarás sudando, con los ojos dilatados. Mientras te arropo me contarás lo que acaba de proyectar tu inconciente y yo te preguntaré si has soñado con eso antes y me dirás que sí: que llevas meses cayendo de la torre.
Entonces dejaré que me abraces, que me beses, que me digas que me quieres. Dejaré también que algunos días o semanas o meses después me quiebres el corazón mientras suena True Love Waits de Radiohead, otra de esas canciones que seguramente escucharás cuando cojas con alguien más.
Fotografía por Santo
Escribo en libretas baratas y en medios como Milenio, Nexos y Yaconic. Aficionado a los bosques y a las panteras.