Hermanas
A mi mamá le dijeron que nunca
nos llamaríamos hermanas.
Que nadie debía llorar,
porque afuera siempre hay
raíces más fuertes que esta.
Afuera, existen posibilidades
que se precipitan y terminan
embarradas como carroña,
sin que nadie les deje flores.
Que nadie mata por amor
a menos que sus pétalos
sean números impares,
como mi madre contando
las patadas en su vientre.
Preguntándose si sería
otro ciclo de zapatos sin usar
o una herida diminuta
entre espina y dedo.
Una por una,
mis hermanas
arrancaron sus brotes,
hasta sólo quedar un sí.
Música
Hay olas inmensas
en los ojos azules
de los ahogados.
Antes conquistadores,
antes hombres libres
que abandonaron
la tierra de los hombres
Vieron un cielo que
es espejo del mar
o de otro cielo
que desaparece.
Marineros errantes.
Las sirenas cantaron
apenas con un deje
de pudor
escondido entre
las escamas.
Y todos los vientos
se amotinaron
en búsqueda de un
nuevo azul
que pudiera guarecerse
al fondo de una caracola.
Las tres carabelas varadas al fondo del mar
y una cuarta más regresando a tierra
cuando los ojos de los muertos
fueran eco del cielo huracanado.
Manos
Mi padre me dio sus manos
a falta de un futuro
donde guarecer mi caída
cuando desapareciera su sombra.
Tenía doce años el día
que enterré mis sueños
en el pecho de mi padre
y atravesé sus ojos
como un par de desiertos
hasta llegar a una altitud
nunca deseada.
Lancé al vacío mi nombre, mis apellidos
y tantas palabras inventadas
hacia el filo del mundo,
como un par de semillas
con los brotes cancelados.
Ahora, después de tanto tiempo
bien podrían ser estas tus manos
las que sostienen un presente prístino,
como una esfera caduca que,
de tanto temblar sobre los dedos,
se ha ido agrietando
por miedo a romperse.