Tres poemas contra las buenas intenciones

Hermanas

 

A mi mamá le dijeron que nunca

nos llamaríamos hermanas.

 

Que nadie debía llorar,

porque afuera siempre hay

raíces más fuertes que esta.

 

Afuera, existen posibilidades

que se precipitan y terminan

embarradas como carroña,

sin que nadie les deje flores.

 

Que nadie mata por amor

a menos que sus pétalos

sean números impares,

como mi madre contando

las patadas en su vientre.

 

Preguntándose si sería

otro ciclo de zapatos sin usar

o una herida diminuta

entre espina y dedo.

 

Una por una,

mis hermanas

arrancaron sus brotes,

hasta sólo quedar un sí.

 

Música

 

Hay olas inmensas

en los ojos azules

de los ahogados.

 

Antes conquistadores,

antes hombres libres

que abandonaron

la tierra de los hombres

 

Vieron un cielo que

es espejo del mar

o de otro cielo

que desaparece.

 

Marineros errantes.

Las sirenas cantaron

apenas con un deje

de pudor

escondido entre

las escamas.

 

Y todos los vientos

se amotinaron

en búsqueda de un

nuevo azul

que pudiera guarecerse

al fondo de una caracola.

 

Las tres carabelas varadas al fondo del mar

y una cuarta más regresando a tierra

cuando los ojos de los muertos

fueran eco del cielo huracanado.

 

Manos

 

Mi padre me dio sus manos

a falta de un futuro

donde guarecer mi caída

cuando desapareciera su sombra.

 

Tenía doce años el día

que enterré mis sueños

en el pecho de mi padre

y atravesé sus ojos

como un par de desiertos

hasta llegar a una altitud

nunca deseada.

 

Lancé al vacío mi nombre, mis apellidos

y tantas palabras inventadas

hacia el filo del mundo,

como un par de semillas

con los brotes cancelados.

 

Ahora, después de tanto tiempo

bien podrían ser estas tus manos

las que sostienen un presente prístino,

 

como una esfera caduca que,

de tanto temblar sobre los dedos,

se ha ido agrietando

por miedo a romperse.